
El embajador de Italia en la Argentina abre las puertas de su residencia en el Palacio Alvear y describe su vínculo con Buenos Aires
Cerca del fin de su gestión, Fabrizio Lucentini cuenta cómo es la relación que entabló con la ciudad
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El embajador de Italia en la Argentina, que ya está finalizando su gestión, llegó a este lado del mundo cuando aún vivíamos en modo confinamiento. “Fue la etapa final, pero todavía era complejo. Recuerdo que apenas nos instalamos en este palacio, el Alvear, mi hijo menor me preguntó si estábamos en un museo. Y sí, era un poco la impronta del lugar [fue él quien luego tomó la decisión de restaurarlo, en el marco de los 100 años de la institución] y además había que quedarse encerrado una semana por las reglas sanitarias. La sensación fue bastante extraña hasta el día en que pude poner un pie en la calle. Entonces entendí todo. Acá existían una atmósfera y una sonoridad que me hermanaban con Roma, mi ciudad natal”, cuenta sonriente Fabrizio Lucentini, luego de unos cuatro años que lo “aporteñaron” bastante. De impecable outfit azul y una gripe que disimuló con esmero, el embajador habló de algunas similitudes entre los dos países, cosa que lo conmueve especialmente. Primero, esa musicalidad parecida a la hora de hablar. Después, el tema de las pasiones que dan lugar a rivalidades supuestamente irrecuperables, excepto que suceda “algo extraordinario”.
–¿Qué sería algo extraordinario?
–Ganar la Copa del Mundo en el fútbol. A mí me impresionó muchísimo. Era un año difícil en cuanto a política, economía y demás. Estábamos inmersos en un país enojado, la famosa grieta, las peleas constantes. Pero todo eso se detuvo cuando salieron todos, abrazados, a festejar. Por un tiempo esa intolerancia parecía haber desaparecido. Era el 18 de diciembre y yo debía viajar al otro día. Pero no dudé en salir a la 9 de Julio para festejar con los argentinos. Fue un baño de alegría, me gustó muchísimo. No había divisiones políticas ni de clase social. Estaban todos juntos siendo felices. Y algo en ese sentido, pero desde el dolor, sentí con el fallecimiento del papa Francisco. Nuevamente la unión.
–¿Cómo se formatea una familia para que pueda adaptarse a diferentes mundos y culturas, cada cuatro años?
–No creo en las recetas sino en el día a día. Es una experimentación cotidiana. Yo tengo la suerte de tener una compañera de vida con la que ya compartimos 40 años. A Daniela la conocí en la escuela y vamos juntos en esto con mucho entusiasmo. Y los hijos se adaptan, nacieron con esta vida. Cuando todavía no estaba mi hijo menor vivimos en Tokio. Mi mujer feliz porque habla japonés y en ese entonces trabajaba para la televisión japonesa en Italia. Fue una etapa muy linda, aunque el primer período no fue fácil. Es una cultura muy distinta, no había internet, estábamos del otro lado del mundo. Los primeros dos meses teníamos la impresión de estar arriba de la Luna. Pero después me gustó muchísimo. Hasta aprendí algo del idioma, que sospecho ya olvidé [risas]. Lo cierto es que más tarde nos fuimos dos veces de vacaciones ahí con nuestros chicos, que querían saber todo porque habían visto fotos; estaban encantados.
–¿Y qué les sucedió a sus hijos con la Argentina, llegando en la adolescencia y recién saliendo de la pandemia?
–Hoy mis hijos tienen 23 y 19. Fue muy simpática la anécdota con Mateo, que llegó con 15 años y no quería saber nada. Era un poco lógico: él estaba en Roma con sus amigos viviendo la mejor etapa de su vida. Y de golpe mudarse a miles de kilómetros de distancia, le resultaba un poco el fin del mundo. Pero terminó la escuela y decidió quedarse. Recuerdo que con mi mujer habíamos decidido partir al verano italiano un 15 de julio porque ella cumple el 18. Y de pronto él dijo que no, que no podía. Que tenía una fiesta el 21. Así que le dimos el gusto y cambiamos el vuelo. Lo mismo pasó para una Navidad. Siempre nos vamos antes para festejar allá, y así fue, pero luego él regresó porque tenía sus amigos, sus cosas: al final armó un lindo grupo.
– Y ahora van a extrañar...
–El otro día me preguntó dónde va a parar cuando regrese a Buenos Aires y hasta sugirió que compremos un pequeño departamento acá[risas]. La verdad es que estuvimos muy contentos en esta ciudad. Yo viví en París, Bruselas, Tokio. Pero nunca me pasó esto de sentirme en casa. Es la comunicación, un cielo celeste que se nos parece, la arquitectura. Hay una atmósfera muy romana.
–Tenemos una de las comunidades italianas más numerosas del mundo. Usted en un discurso habló de los ítalo-argentinos y el síndrome del corazón dividido.
–Al principio me llamaba la atención esto que muchas veces había oído. Pero acá, después de un tiempo y de hablar mucho con la gente, comprendí que los ítalo-argentinos son, al mismo tiempo, italianos y argentinos. No es una palabra. Están acá, está la patria, la familia, los amigos. Su cultura cambió viviendo en este continente, pero al mismo tiempo existe un lazo poderosísimo con el país de sus padres y abuelos. Por eso me surgió eso del corazón dividido.
–Por eso a muchos les duele tanto entender la nueva ley, aprobada por el Parlamento italiano, que introduce cambios importantes en la obtención de la ciudadanía italiana por derecho de sangre...
–Y sí, es un tema delicado. La ley fue aprobada y ahora es así. Yo comprendo las reacciones porque hay muchos hijos y nietos de italianos que viajan anualmente, hablan el idioma, aman la cultura, votan. Pero también creo que para ser un italiano no solo hay que tener la sangre sino un lazo efectivo con el país. Mucha gente tramitaba la ciudadanía italiana para irse a vivir a España o entrar a los Estados Unidos sin visa. También hubo declaraciones de gente, algún deportista que dijo públicamente que tenía pasaporte italiano, pero solo se consideraba argentino. Esas cosas cayeron muy mal, como si un pasaporte no significara nada.
–¿Cuáles son sus rituales porteños?
–Hago de todo, pero siempre termino en La Biela, que sé que es muy turístico, pero me gusta detenerme para observar ese árbol, la iglesia del Pilar. Generalmente me tomo un Spritz y disfruto viendo la gente pasar. Pero tengo muchos lugares. Uno de mis favoritos es el bar Banderitas. Voy por una cervecita. Me gusta que tienen las banderitas de todos los cuadros del mundo y hay porteños verdaderos. De eso puedo dar fe porque cada cinco palabras se escucha un “boludo”.
–¿Busca sabores italianos?
–No, la comida italiana se come en casa, excepto la pizza, que requiere un horno especial. Si salgo voy por un ojo de bife o comida oriental.
–¿La pizza argentina es pizza?
–Bueno, es pizza al estilo de ustedes. Resulta normal que los platos cambien con el tiempo cuando se instalan en otras tierras, con otra cultura, otra materia prima. Un par de veces la he probado, pero me resulta más pesada, otra cosa.
–Si Roma fuera un color, ¿cuál sería? ¿Y Buenos Aires?
–Roma es rojo pasión, como nuestra camiseta de fútbol. Y un poco la gama de nuestras paredes. Y Buenos Aires es celeste como su cielo, en verano y en invierno.