La histórica visita del presidente al gobernador entrerriano en el verano de 1870.
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La fuerte tensión política los había convertido en antagonistas. Justo José de Urquiza y Domingo Faustino Sarmiento habían coincidido cuando tuvieron un enemigo común: Juan Manuel de Rosas. La relación duró apenas lo necesario. Porque luego de que el gobernador de Buenos Aires fuera derrotado en Caseros, el 3 de febrero de 1852, Sarmiento, quien entonces tenía 41 años, se distanció de Urquiza (51 años), el general victorioso de aquella jornada.
Los años fueron alimentando la distancia. Sin embargo, aquella lejana ruptura comenzaba a perder fuerza. Limaron asperezas a través de dos valiosos interlocutores: el senador Benjamín Victorica, yerno del entrerriano casado con Ana de Urquiza, y Dalmacio Vélez Sarsfield, amigo del sanjuanino y padre de su amante, Aurelia Vélez.
A mediados de 1868, las cuestiones de la política volvieron a ubicarlos del mismo lado de la balanza. Fue entonces que tuvo lugar un gesto informal del gobernador entrerriano que posibilitó dejar de lado antiguas, y también, recientes desavenencias.
En una carta remitida desde el Palacio San José, el 24 de junio de 1869, Urquiza le envió un regalo.
Excelentísimo Señor Presidente de la República, Don Domingo Faustino Sarmiento.
Estimado Señor Presidente y amigo:
Acordándome de las horas que Vuestra Excelencia tiene que permanecer en su bufete, me tomo la libertad de remitirle un rob de chambre y un gorro, para que lo use en mi nombre, no fijándose en su importancia, sino como un recuerdo de su afectísimo y amigo, Justo José de Urquiza.
El 2 de julio, el presidente le agradeció el obsequio:
Mi distinguido General:
Recibí anoche en robe de chambre a los ministros y amigos que venían a felicitarme y felicitarse por el espléndido triunfo que obtuvieron ayer en el Senado las sanas doctrinas del Gobierno. Esto le mostrará que me consideraba honrado con su obsequio y hacía alarde de ello. El birrete de cachemira inspirará algún canto báquico a La Nación.
Sin duda, se refería a algún comentario jocoso que provocaría en el diario de Mitre, con quien la relación no pasaba por un buen momento. Pero al menos, la reconciliación con Urquiza estaba en marcha y podemos advertirlo en fragmentos extractados de la misma carta:
-Los pasados veinte años, cualidades y ocasiones comunes nos pusieron en contacto, repeliéndonos luego nuestras pronunciadas desemejanzas.
-Llegados a la vejez, empero, con la dura experiencia atesorada, y frotándonos con las resistencias, por diversos motivos hemos aceptado un término medio posible.
-Creo que en esta vía podremos marchar sin querellarnos.
-¿Necesito decirle que llevados a la lucha, usted con el cañón y yo con la palabra, ha transcurrido tiempo bastante para que olvidemos las cicatrizadas heridas?
La carta aludía en su parte final a un serio objetivo en que ambos trabajaban: “Sé con gusto que el Entre Ríos se ocupa de Escuelas. Ayúdelas en mi nombre y el suyo”. Fue en julio de 1869, es decir, cuando se cumplÍan los primeros nueve meses de la presidencia de Sarmiento y diecisiete años de la ruptura post Caseros. Aquel primer paso fue acompañado de una segunda demostración. Urquiza invitó al presidente a visitar Entre Ríos. Sarmiento se apresuró a responder, el 13 de noviembre, aceptando la invitación, pero sin fijar fecha. Un entramado de temas complejos, que incluía el estado e salud del vicepresidente Adolfo Alsina, recientemente operado, le impedía dejar la ciudad. Sin embargo, en pocos meses la piezas fueron acomodándose y, a mediados de enero de 1870, Sarmiento confirmó que visitaría a Urquiza durante una gira presidencial, la primera que el mandatario argentino llevaría adelante por el país.
Por primera vez delegó el poder en Alsina y partió en el vapor Pavón rumbo a Rosario, con escala previa en San Nicolás. Las dos ciudades recibieron con entusiasmo a la comitiva. A decir verdad, en San Nicolás fueron los vecinos y los mosquitos, ya que, de acuerdo con crónicas del viaje, atacaron sin piedad a los representantes del ejecutivo.
Acerca del paso por la cuna de la bandera argentina, uno de los viajeros escribió que “los habitantes de Rosario abruman a sus visitantes con amables atenciones”. La misma buena predisposición se vio en Fraile Muerto (Córdoba, hoy Bell Ville, nombre sugerido por Sarmiento) y las colonias santafesinas. Estas etapas las cubrió en tren para luego regresar a Rosario desde donde se embarcaría, una vez más en el Pavón, para navegar hasta Entre Ríos.
Un corto párrafo para el nombre del vapor que evocaba a la batalla de Pavón, en la cual se habían enfrentado Urquiza y Bartolomé Mitre, en 1861. Su resultado desembocó en la pacificación entre Buenos Aires y la Confederación Argentina. Los motivos por los cuales Urquiza abandonó el campo de batalla cuando la victoria estaba de su lado es un tema que aún desvela a los especialistas.
Mientras el presidente se maravillaba ante el potencial económico que representaba la agricultura y la industria, en Entre Ríos, el gobernador hacía los aprestos para recibirlo en su casa. Se resolvió que la prole urquiciana se concentrara en un dormitorio y cedieran los habituales para los visitantes ilustres. La más pequeña de la familia, Cándida Urquiza, aún no había cumplido un mes de vida. La madre de la pequeña, Dolores Costa, y también sus hermanas mayores, Lola y Justa Urquiza, se ocuparon de cada detalle de la majestuosa recepción.
Don Justo José no era bebedor, pero tenía viña propia, más vino de Burdeos, espumantes y licores caseros para ofrecer a los huéspedes. Por el calor de febrero, le pidió a un yerno, el coronel Simón Santa Cruz (casado con Juana Urquiza), que le prestara la máquina de fabricar helado.
Se hablaba de una recepción formidable, con unos quince mil hombres a caballo para recibir al mandatario, aunque luego un integrante de la comitiva dijo que a lo sumo habían sido seiscientos.
Lo cierto es que en la mañana del 3 de febrero de 1870, aniversario de la batalla de Caseros, desembarcó Sarmiento en Concepción del Uruguay y en el propio muelle se confundió en un abrazo con el general Urquiza. Concurrieron a la casa de Santa Cruz (el dueño de la máquina para hacer helado), donde desayunaron y presenciaron el desfile militar de tropas que regresaban de Paraguay. Luego se dirigieron a San José, situada a treinta kilómetros de Concepción. En el carruaje, tirado por caballos blancos, viajaron Sarmiento, Urquiza, el ministro de Hacienda José Benjamín Gorostiaga y el gobernador de Santa Fe Mariano Cabal. Una veintena de carros completaba el imponente cortejo. Disfrutaron de un almuerzo frugal previo a una siesta reparadora. En el Palacio San José se conserva como reliquia la cama en la que durmió el sanjuanino.
A la tarde, cuando se retomó la actividad protocolar, el patio principal se veía distinto. Se habían dispuesto mesas para los ciento cincuenta comensales. En el centro, los pabellones de la Argentina, Uruguay, Brasil y Entre Ríos, correspondientes a los ejércitos que vencieron en Caseros. En un vértice, un gran retrato de Sarmiento reposaba en telones coloridos y rodeado de banderas. El piso del contorno había sido cubierto con una alfombra escarlata brillante.
El banquete comenzó a las seis de la tarde.
Sarmiento se puso de pie y ofreció un discurso sobre la trascendencia que había tenido la victoria de Urquiza en Caseros. El otro orador fue el senador Victorica, quien propuso un brindis por el visitante ilustre. La comida transcurrió en un tono distendido y poco a poco comenzaron a levantarse y caminar, cuando el sonido de un violín convocó a todos al salón de dibujo.
Lola Urquiza, acompañada por su hermana Justa en el piano, interpretó temas clásicos para la concurrencia. Cuando terminó el compacto concierto y los huéspedes regresaron al patio, ya no estaban las mesas. El espacio se había convertido en una pista de baile, iluminada por un centenar de velas.
Al día siguiente se repitió la escena, salvo que el banquete dio inicio a las cuatro de la tarde y un puchero criollo cargado de calorías, no demasiado requeridas en esa jornada estival. En las retinas de los testigos de aquella visita, que continuó en las ciudades de Concepción del Uruguay y Colón, habrán quedado muchas escenas grabadas. Como cuando Urquiza obsequió al sanjuanino con un par de gemelos. O cuando Sarmiento dijo que luego de tan importante encuentro, por fin se sentía presidente de toda la Nación. También, cuando Victorica le rogó a Sarmiento que, a pesar del calor, permitiera que cada uno de los asistentes se llevara su abrazo. El mandatario debe haber hecho cuentas y, antes de que nadie reaccionara, se acercó al general Urquiza y le extendió los brazos. Luego dijo que esperaba que ese abrazo al anfitrión simbolizara el agradecimiento a todos.
Pero, sin dudas, para Luis María Campos, el mayor recuerdo de aquella visita fue conocer a la bella violinista. El militar, integrante de la comitiva de Sarmiento, quedó prendado aquella noche del 3 de febrero de 1870.
Justa Urquiza y Luis María Campos se casaron en Buenos Aires el 24 de agosto de 1872. Aportaron trece nietos a la copiosa descendencia del general entrerriano.