Toda la magia de Mané no alcanzó para conjurar su peor maleficio: el del alcohol y los excesos. Derrotó la pobreza extrema en la que había nacido, gracias a una habilidad única en las canchas de fútbol, pero la endiablada gambeta que tantos defensores desairó en su carrera no le sirvió para esquivar su trágico destino, que lo llevaría a morir solo y arruinado antes de cumplir los 50 años.
Mané no es otro que Manuel Francisco Dos Santos, más conocido mundialmente como Garrincha. Había nacido el 28 de octubre de 1933 en Pau Grande, un pequeño pueblo del municipio de Magé, en el estado brasileño de Río de Janeiro . Era el séptimo hijo de un matrimonio muy pobre, que subsistía gracias al trabajo como vigilante nocturno de Amaro, el padre de familia.
Garrincha se crió pescando, cazando y jugando al fútbol. La poliomielitis le dejó huellas imborrables en sus piernas. "Tenía los pies girados 80º hacia adentro. Su pierna derecha era 6 centímetros más larga que la izquierda y tenía la columna vertebral torcida", lo describió el diario español Marca en una nota de 2013.
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A los 10 años ya era adicto al tabaco y a los 14 años, cuando empezó a trabajar en una fábrica textil para ayudar a su familia, hacía ya un tiempo que su hermana Rosa le había adosado el apodo de "Garrincha", porque era feo y veloz, como un pájaro de la selva del Mato Grosso que se llamaba así.
Empezó a jugar en el equipo de su ciudad natal, el Pau Grande, en 1948. Tal era su aspecto, débil y desgarbado, que equipos como Fluminense , América y Vasco de Gama lo rechazaron. Hasta que un amigo lo convenció para que se probara en el Botafogo y allí se presentó, en 1953. En el partido de prueba, lo marcó Nilton Santos, el mejor lateral izquierdo de Brasil en ese momento y miembro de pleno derecho del Botafogo. Garrincha se pegó a la raya derecha y le dio tal baile, que Santos recomendó que lo contrataran en el acto, para no tener que marcarlo nunca más.
Con la camiseta blanca y negra del Botafogo vivió su mejor etapa a nivel de clubes. Conquistó tres campeonatos cariocas y permaneció en el equipo de Río de Janeiro durante más de diez años, tras lo cual hilvanó distintas temporadas en Corinthians (Brasil), Junior de Barranquilla (Colombia), Flamengo (Brasil), Red Star París (Francia) y Olaira (Brasil).
Pero sus mayores proezas las haría con la casaca de la selección brasileña, para la que fue convocado en 1955. Su gran oportunidad con la "verdeamarela" llegaría en 1958, en el Mundial de Suecia, donde integró una inolvidable delantera junto con Pelé , Didí, Vavá y Zagallo.
Joao de Carvalahaes, el psicólogo del plantel, que había ayudado a la selección brasileña a recuperarse del "maracanazo" de 1950, recomendó su no inclusión en la lista definitiva, porque decía que no estaba apto psicológicamente para jugar en equipo. Por suerte, el técnico Vicente Feola no le hizo caso y lo llevó igual: Garrincha ejecutó sus primeras maravillas con la casaca nacional y Brasil ganó su primer título mundial.
Cuatro años después, el campeón llevó casi el mismo equipo al Mundial de Chile 62. Pelé se lesionó en el segundo partido, Garrincha se puso el equipo al hombro y tuvo un protagonismo sólo comparable al de Diego Maradona en México 86 . Resultado: la selección brasileña levantó la copa Jules Rimet por segunda consecutiva.
A partir de sus proezas futbolísticas y del deleite que producía en los hinchas, no fueron pocos los que llegaron a decir que en su país Mané era más amado que Pelé. Tal como recuerda Marca, el propio "Rey" había dicho de él: "Era capaz de hacer cosas con el balón que ningún otro jugador podía hacer. Sin Garrincha, yo nunca me habría convertido en tricampeón del mundo".
Durante el tiempo en el que jugó para la selección, con él en la cancha, la "canarinha" solo perdió un partido (con él y Pelé juntos jamás fue derrotada). Su frescura y falta de presión queda al descubierto en una de sus más conocidas anécdotas sobre la final de Chile 62, contra Checoslovaquia. Minutos antes del encuentro, Garrincha interrumpió la charla técnica del técnico Aymore Moreira y le preguntó: "¿Hoy es la final?". Al recibir una respuesta afirmativa, concluyó: "Ah, con razón hay tanta gente".
En el medio de su éxito deportivo, al tiempo que deslumbraba en las canchas, desparramaba defensores y ganaba dinero, se rodeaba de mujeres, fumaba en exceso y empezaba a abusar del alcohol. Se dice que tuvo cerca de 40 amantes, aunque relaciones reconocidas fueron cinco, de las que tuvo 13 hijos.
Garrincha era imparable para los defensores: todos sabían qué era lo que iba a hacer con la pelota, pero no lograban adivinar el momento exacto en que lo haría. El desgarbado Mané se convirtió en el mejor puntero derecho de la historia y en uno de los mejores diez futbolistas de todos los tiempos. Era millonario, ganador y amado por todo Brasil. Estaba disfrutando su hora de gloria. Pero... siempre hay un "pincelazo" que lo arruina todo.
En 1964, después de un partido, empezó a sentir dolores en sus rodillas y, tras varias idas y vueltas, debió ser operado de meniscos. Luego de pasar 20 días internado, salió como nuevo, pero aunque él no tenía forma de adivinarlo, ese fue el principio del fin. Jamás volvió a ser el mismo y se fue diluyendo tristemente partido a partido, para terminar sin pena ni gloria en el desteñido Olaira.
Luego de su retiro, se recostó cada vez más en el alcohol y los excesos de todo tipo. "La diferencia con Pelé es que yo solo supe driblear los problemas con los pies", se le oyó decir alguna vez. En la madrugada del 20 de enero de 1983, diez meses antes de cumplir 50 años y luego de haber bebido 20 días seguidos, el genial Garrincha murió solo, pobre y abandonado en un hospital de Río de Janeiro.
El crudo informe del médico que le hizo la autopsia indicó que Manuel Francisco Dos Santos "murió de congestión pulmonar, pancreatitis y pericarditis, todo dentro del cuadro clínico de alcoholismo crónico". Un epitafio casi borrado en su descuidada tumba engrandece su leyenda: "Aquí descansa en paz el hombre que fue la alegría del pueblo: Mané Garrincha".
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