Este rancho despliega un sereno universo rico en memorias serranas. Escenas de la vida real, en su versión más sencilla y al aire libre.
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A veces, los deseos simplemente confluyen. A Paula, la dueña de esta casa, le gusta la sierra alta, y vino varias veces hasta que, naturalmente y sin mediar una decisión drástica, se fue instalando en las alturas de San Javier. “Por mucho tiempo vine sin saber que iba a terminar viviendo acá. Mis viajes previos eran, sencillamente, un descanso, una cura de silencio”. En este pueblo también nació José. Por eso, cuando se conocieron y se enamoraron, supieron inmediatamente dónde iban a instalarse.
"Tengo un manojo de libros,/ la fresca paz de mi cuarto,/ y una ventana que se abre/ sobre el dolor de los campos".
El verso es del poeta puntano Antonio Esteban Agüero, también autor de la famosa Cantata del abuelo algarrobo, en la que figura la voz comechingón “piscuyaco”: “aguada de los pájaros”, nombre con que Paula y José bautizaron su casa de San Javier. La historia aquí, en Córdoba, no está hecha de casualidades: ellos conquistaron estas alturas sin giros dramáticos ni efectos especiales, paso a paso. Así también llegamos nosotros, en este caso guiados por Monona Pérez Ibarra, que hablaba como de un sueño cuando nos describió “el ranchito de adobe con un estanque que parece un fondo de pantalla”.
"Creo que, para cambiar, las cosas tienen que tener un sentido, y a mí la vida se me fue dando para que sea acá."
Paula, dueña de casa
Rancho adentro
El constructor José Javier Ramognino hizo su casa con techo de caña y tirantes de álamo, que moldeó con una herramienta de labra antigua.
¿Un aire de Borges y Bioy en este rincón en las sierras? Quizás haya llegado transportado en las antiguas mesas de La Biela, que los dueños compraron en un remate en Buenos Aires.
Postales de la vida serrana
Puertas afuera, todo dispuesto para las artes culinarias camperas: hay asador con cruz, disco, diferentes parrillas y plancha para verduras.
Ambientes creados para el descanso reparador
El piso de tejuelas de barro contrasta con las paredes blanqueadas. Del otro lado de la doble puerta, una alfombra de cuero heredada y una cómoda hecha con durmientes de pino tea.
El sueño reparador parece asegurado en esta habitación que, por acogedora, no pierde frescura. En el fondo, se ve un mueble con espejo hecho en madera de canela patinada y más acá, un baúl comprado en un remate. A la altura de los ojos, el angosto paño fijo ofrece lo único que se necesita para despertar en armonía.
La estética y el sistema constructivo remiten a los ranchos típicos de la serranía cordobesa, amables cobijos que se distinguen por su tamaño modesto y la calidez de los materiales.
Cada verano, la biopiscina se llena de vida con coloridas mariposas, flores y aves, un rincón encantado en medio del jardín que le dio su nombre definitivo al lugar: “La aguada de los pájaros”.
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