Mallorca, la mayor de las Baleares, recibió por prescripción médica la vista de Fréderic Chopin para pasar una temporada: tan famoso como la dieta mediterránea es el clima de esta isla a la que llegó el compositor buscando reparo del invierno de París y un alivio para su delicada salud. Tuvo que hacer su derrotero antes de parar con George Sand, su compañera, y los hijos de ella, en Valldemossa. Es que en 1838, una tos persistente como la suya despertó temor en el vecindario y, en definitiva, obligaron al músico y los suyos a abandonar la primera morada, en la vieja Palma.
Estas experiencias, más tarde, quedarían inmortalizadas en las páginas de Un invierno en Mallorca, que escribió la autora francesa, y en varias partituras como los preludios que corresponden a ese período en la Cartuja de Valldemossa. En aquel monasterio, con cuartos llamados celdas, está la habitación N°4 de Chopin, que conserva el mobiliario y la distribución original. También conservan el piano sobre el cual compuso una polonesa y una mazurca, y algunos documentos que terminan de transportar al visitante del a los tiempos en que se narra esta historia.
Ahora, querido amigo, gozo un poco más de la vida, estoy muy cerca de lo más bello del mundo, soy un hombre mejor
"Ahora, querido amigo, gozo un poco más de la vida, estoy muy cerca de lo más bello del mundo, soy un hombre mejor", se lee en una carta. Aunque Chopin permaneció allí solo un invierno, el museo convoca a tal cantidad de gente que al busto de bronce de la entrada le "pelaron" la nariz de tanto tocarlo en busca de una inexplicable buena suerte.
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