Dos intermediarios que participaron en aquellas negociaciones brindaron detalles de la trama a LA NACION; la maniobra involucró a oficiales de alto rango de la Fuerza Aérea y del Ejército argentino; Israel fue el principal proveedor bélico, con el apoyo logístico de Perú
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Durante la Guerra de Malvinas, militares argentinos pidieron sobornos para comprar aviones de combate, municiones y otros pertrechos que la Argentina necesitaba con desesperación para combatir contra el Reino Unido y evitar un eventual ataque de Chile, confirmaron a LA NACION dos intermediarios involucrados en aquellas negociaciones.
Los pedidos de sobornos alcanzaron a oficiales de alto rango de la Fuerza Aérea y del Ejército argentino, que pidieron comisiones que oscilaron entre el 5 y 20 o incluso 25 por ciento del valor de las operaciones, y que cobraron en efectivo en pleno conflicto bélico.
Esas exigencias descolocaron en ocasiones a los vendedores, que objetaron que los militares buscaran beneficios personales mientras la Argentina se encontraba en guerra, sus camaradas combatían en el Atlántico Sur y los principales comerciantes de armamentos mantenían un embargo contra el país.
En ese contexto, Israel fue el proveedor bélico más importante de la Argentina –con el apoyo logístico de Perú, que ayudó a triangular las compras–, a través del holding de empresas CLAL, liderada por un puñado de argentinos que había emigrado a Jerusalén.
El número uno del holding CLAL era Aaron Dovrat, nacido en la Argentina con el nombre de Arturo Dochansky, en 1930, aunque emigró a Israel, muy joven, tras casarse con la hija del entonces embajador de ese país en la Argentina.
Abocado al comercio exterior desde Israel, Dovrat solía viajar a Buenos Aires, donde residió su madre hasta morir. Y fue en Capital donde abrió una oficina, Isrex Argentina, en la que comenzó a sobresalir el santafesino Santiago José Gitrón, quien ascendió en el escalafón laboral hasta convertirse en accionista minoritario, con el 25% de esa empresa.
A cargo de la gestión diaria de Isrex Argentina, Gitrón procuró exportar todo tipo de bienes desde Israel a la Argentina a principios de los 70. Y uno de los sectores que contactó fue el de las Fuerzas Armadas, aunque debió chocar con el antisemitismo imperante y las expectativas exageradas de sus contrapartes. Por eso, desde Isrex se acostumbraron a escuchar comentarios contra los judíos. ”Ustedes mataron a Cristo”, era un latiguillo habitual. Los pedidos de comisiones llegaban al 25 por ciento, alentadas por los entonces ejecutivos de la empresa rival Siemens. Dos de esos ejecutivos protagonizarían en los 90 el escándalo de las coimas por los DNI con el gobierno de Carlos Menem.
La negativa de Gitrón a abonar una coima del 20% -no por incorrecta, sino por excesiva-, provocó una reunión urgente entre un general involucrado y sus colaboradores. Según el recuerdo de quienes accedieron a dialogar con LA NACION, el oficial de más alto rango temió que creyeran que les mordía varios puntos de la comisión.
Mientras las reuniones militares se sucedían, Dovrat decidió levantar sus oficinas en Buenos Aires. Pero no lo concretó. Un vendedor local, Abraham Perelman, le hizo una propuesta: que sostuviera una base mínima en Buenos Aires –alquiler de una oficina, una secretaria y otros gastos básicos-, y que si él obtenía nuevos negocios para Isrex Argentina, se quedaría el 30% de la ganancia y el resto sería para el holding CLAL. Dovrat aceptó, sin saber que su suerte estaba por cambiar.
Los militares al poder
Tras el golpe de Estado de marzo de 1976, el antisemitismo imperante empeoró, pero la propuesta de Perelman fructificó. Cuando la dictadura declaró nulo el laudo arbitral con Chile de 1977, los militares buscaron comprar armas y municiones para una eventual guerra, y comenzaron a revisar catálogos de venta. Así fue como buscaron adquirir aviones Mirage y recurrieron a Francia, pero chocaron con los plazos de entrega, de dos años y medio.
Perelman se enteró del interés argentino por comprar material bélico y convocó a Israel “Cacho” Lotersztain. Eran muy amigos –al punto que el primero fue testigo de casamiento del segundo- y terminaron como compañeros de trabajo. “Tras la Guerra de los Seis Días, Israel empezó a fabricar aviones cazabombarderos Mirage V, tenía muchos usados y surgió la posibilidad”, rememoró Lotersztain en diálogo con LA NACION.
“Los militares argentinos salieron desesperados por el mundo a buscar armamento, pero solo los israelíes aceptaron los locos plazos de entrega que planteaban”, abundó el empresario, hoy octogenario. “Por ejemplo, querían tener 20 aviones cazabombarderos volando con el personal adiestrado en cinco meses”, indicó.
En esas negociaciones participaron oficiales de la Fuerza Aérea, más Perelman por Isrex Argentina, con el apoyo de la embajada israelí, en tanto que Gitrón iba y venía entre Buenos Aires y Jerusalén, y se mostraba entre interesado y receloso.
“Perelman trabajaba en nuestra oficina como agente de ventas, no como asalariado, e iba a porcentaje. Era muy inteligente, muy versátil y muy peligroso”, dijo Gitrón a LA NACION desde Israel, donde reside hace 65 años. Allí se lo conoce como Gad Hitron y, a los 87 años, pasa sus días en Savyon, en las afueras de Tel Aviv. “No tenía ningún reparo en hacer cosas que otra gente se hubiera negado a hacer”, añadió.
El interés argentino por los aviones de combate tomó forma de contrato. Se fijó el monto en US$180 millones a valor de 1978 –unos US$775 millones en la actualidad–, de los que un porcentaje se repartiría entre las partes como comisión. “El 5 por ciento era para los militares; el otro 5 por ciento, descontado los gastos, fue para los ejecutivos y se repartió según lo acordado: 70 por ciento para Isrex Israel y 30 por ciento para Perelman”, afirmó Lotersztain. Es decir, casi US$39 millones para los militares y otro tanto para Dovrat y Perelman.
Según Lotersztain, la venta de los Mirage V israelíes –también conocidos como Dagger–, se debió, en primer lugar, “a la enorme suerte”. “Luego fue el gran mérito de Perelman y de Gitrón en lo comercial y de la industria aeronáutica israelí en lo técnico legal. Y solo cuando se concretó esa operación es que se dieron cuenta que necesitaban ayuda local con urgencia y me convocaron junto a otros dos amigos de Perelman. Por eso tuve acceso a todo, el lado ‘B’ de los negocios también”, completó.
Ese lado “B” incluyó las comisiones, que siempre se pagaron en efectivo. Según Lotersztain –un ingeniero e historiador argentino que conserva una memoria prodigiosa–, el dinero lo llevaban en mano hasta las oficinas castrenses. Pero en ciertas ocasiones optaron por entregarlo en casas de cambio de la City porteña. Entre ellas, Giovinazzo, que luego participó en operaciones ilegales vinculadas a la ruta del dinero K y el capítulo argentino del Lava Jato.
Tras esa venta de 1978, Israel se transformó en proveedor usual de las Fuerzas Armadas, siempre con un lado “B” incluido. “Repetimos lo mismo con los simuladores de vuelo para entrenamiento y con los navegadores para esos aviones. Y también aplicamos ese método para venderle municiones al Ejército, en una operación a contrarreloj”, detalló Lotersztain. “Logramos vender a pesar del antisemitismo que tenían”, añadió.
Gitrón también recordó incidentes en aquel contexto. “Digamos que el antisemitismo en la Argentina es como una enfermedad. A algunos les pica; a otros, no”, ironizó, y confirmó que Isrex Argentina sirvió de intermediaria entre los militares argentinos y el gobierno israelí.
La antesala de la guerra de Malvinas significó, en ese sentido, un punto de inflexión. Israel se convirtió en proveedor de la Fuerza Aérea –con comisiones del 5%, para los involucrados– y del Ejército, pero no de la Armada. Según Lotersztain porque el comandante de esa fuerza cuando ocurrió el golpe de Estado de 1976, almirante Eduardo Massera, mantenía vínculos preferenciales con otras empresas.
“Nuestra oportunidad se dio cuando todos los proveedores habituales de la Argentina se cerraron por la guerra. Inglaterra, obviamente, pero tampoco Estados Unidos, Francia, Italia o España quisieron venderle a la Junta, así que Israel fue el único vendedor, aun cuando Washington y los judíos ingleses presionaban para que no vendiera”, señaló Lotersztain.
Cuentas pendientes
¿Por qué accedió Israel a vender armamento a la Argentina? Según Lotersztain, por viejas cuentas pendientes entre israelíes y británicos. Así, rememoró el encuentro que el primer ministro israelí Menajem Begin mantuvo con el entonces vicepresidente ejecutivo de la industria aeronáutica israelí, Moshé Keret, y Dovrat.
Begin arrastraba una cuestión personal desde 1947, cuando los ingleses controlaban Jerusalén y capturaron a Dov Gruner, su mejor amigo, tras un atentado en un hotel. Lo ahorcaron y quien luego sería el primer ministro israelí juró vengarse. “¿Estas armas van a servir para matar ingleses?”, habría sido su pregunta cuando Keret y Dovrat le hablaron de la eventual venta a la Argentina, para dar su visto bueno a continuación. Solo impuso una condición: que triangularan la venta a través de otro país sudamericano, con todos los papeles en regla, para tener una coartada si los ingleses se quejaban.
Luis Guterzon, empleado de Isrex Argentina, viajó entonces a Perú, que prestó todo su apoyo, basado en el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR). A los 82 años, Guterzon vive en las afueras de Buenos Aires, donde lo ubicó LA NACION, pero sus allegados indicaron que no se encuentra en condiciones de responder preguntas.
La triangulación vía Perú fue posible, en tanto, tras negociaciones que lideraron el entonces jefe de la Fuerza Aérea argentina, brigadier general Basilio Lami Dozo, y el agregado militar, comodoro Andrés Dubós, según reconstruyó el periodista e historiador Hernán Dobry en Operación Israel. El rearme argentino durante la dictadura, un libro insoslayable sobre aquel período, sustentado en fuentes argentinas y peruanas, y documentos inéditos.
A tal punto llegó el apoyo del presidente peruano Fernando Belaúnde Terry, que su jefe de la Fuerza Aérea firmó y selló veinte órdenes de compra en blanco, con sus correspondientes certificados de destino final en su país, que revisó el agregado militar israelí en Buenos Aires y terminaron en manos de Lotersztain. “¡En blanco! ¿Se da cuenta lo que eso significa? Los tuve yo, sobre mi escritorio”, relató.
El siguiente paso fue contratar cinco vuelos de AeroPerú –en Perú aluden a dos DC-8 de su Fuerza Aérea–, que volaron desde Jerusalén y aterrizaron en el aeropuerto de El Callao, donde se completó el trasbordo de la carga a aviones Boeing 707 de Aerolíneas Argentinas que despegaron hacia la base aérea de El Palomar, antes de continuar hacia bases en la Patagonia.
A pesar de la supervisión constante del Mossad, el servicio secreto inglés MI5 se enteró. “Tenían todos los datos, los documentos, las fotos. Todo. Nuestra sospecha es que tenían un informante en la Argentina”, señaló Lotersztain, quien por sugerencia del Mossad –que no descartaba represalias contra los involucrados– no pisó Londres durante dos décadas. Pero Perú ayudó en la triangulación de aviones, pertrechos, misiles, repuestos, instructores y más.
Apoyados en datos fehacientes, la primera ministra Margaret Tatcher y el presidente Ronald Reagan se quejaron ante Israel, que de todos modos siguió adelante. La Fuerza Aérea Argentina pidió al menos cincuenta tanques adicionales de combustible para extender la autonomía de vuelo de sus aviones Mirage –o Dagger–, y así se lo comunicaron a Lotersztain.
“Me fui a llamar desde un locutorio porque sabíamos que mi teléfono estaba intervenido. Israel ofreció 200 de 1700 litros cada uno y los cobró 3450 dólares cada uno, lo que significó un descuento del 30 por ciento sobre el valor de catálogo, cuando pudo haberlos cobrado diez veces más por el estado de necesidad de la Argentina”, afirmó. “Para llevar esos tanques se alquilaron dos Jumbo cargueros a través de Isrex Israel que pagó la Argentina, pero la condición fue que el Mossad aprobara a la empresa carguera, y extraoficialmente me dijeron que eligieron a una empresa de la CIA”, completó.
Pero las misiones de combate en el Atlántico Sur significaron un costo elevadísimo en vidas y materiales para la Fuerza Aérea. La pérdida de aviones puso en riesgo la protección del espacio aéreo continental y el brigadier general Basilio Lami Dozo temió que Chile lo aprovechara para atacar. Por eso buscó opciones. Y otra vez Israel fue una opción.
“Sí o sí”
“En 1980 habíamos invitado a tres oficiales de la Fuerza Aérea a Israel, donde vieron unos Mirage III-C que estaban a la venta, pero muy usados y sin mantenimiento, por los que Israel pedía apenas 100 millones de dólares, con repuestos y todo”, repasó Lotersztain. Pero la propia Fuerza Aérea declinó comprarlos por el estado en que se encontraban. “Eso cambió con Malvinas, cuando Lami Dozo habló por teléfono con Perelman, que en ese momento estaba en Israel, y le dijo que quería esos aviones sí o sí. No quería que Chile creyera que el Sur argentino estaba indefenso”.
Incluso en ese momento de urgencia extrema, los militares argentinos pidieron una tajada para cerrar la compra de los aviones Mirage. “Lógicamente, el porcentaje es el de siempre”, fue, según el recuerdo Lotersztain, lo que le comunicó Lami Dozo a Perelman. Ambos ya fallecieron hace unos años, y LA NACION consultó al Ministerio de Defensa, desde donde declinaron hacer comentarios.
Para Israel, aquel pedido fue demasiado. Durante el conflicto de Malvinas se negaron a pagar sobornos y reclamaron a sus representantes en la Argentina. Plantearon que era inconcebible que los compradores pidieran comisiones cuando su país estaba en guerra. Pero los militares insistieron. Incluso cuando Israel, que antes había fijado el valor de venta en US$105 millones lo redujo a US$72 millones, más otros US$6 millones en repuestos y acondicionamiento de las unidades. Pero desde Buenos Aires no cedieron: pidieron su 5%, es decir, casi US$4 millones.
La negativa israelí no detuvo la operación, lo que llevó a un malentendido. “‘Entendemos qué significa estar en guerra’, fue la explicación israelí. Pero yo creo que los motivos eran otros”, planteó Lotersztain, mientras que, del lado argentino, interpretaron la concreción de la venta como una aceptación del soborno y, por tanto, que existía “una deuda”.
La compra de los aviones se completó con la ayuda de Perú, a través de una empresa fantasma que el Mossad tenía en Suiza, más una cuenta en el Credit Suisse, que retaceó los fondos ante la sospecha, correcta, de que se trataba de una triangulación de armas, hasta que, transcurridos quince días, Gitrón se presentó en el banco con un escribano.
La operación conllevó, también, la redacción un contrato con todos los detalles, pero que jamás se firmó, ni del que hubo copias. El original permaneció en la caja fuerte del jefe de Materiales de la Fuerza Aérea hasta que, cinco años después, alguien se presentó en las oficinas Isrex Argentina para devolverlo. “Lo quemamos en el inodoro”, detalló Lotersztain.
Pero los israelíes mantuvieron su decisión de no pagar esa coima, a pesar de los planteos de Dovrat, que anticipó lo que iba a ocurrir. Isrex Argentina comenzó a sufrir represalias desde las Fuerzas Armadas, que se prolongaron durante años, hasta bien entrado el menemismo, y a pesar de otras muestras de apoyo israelí.
¿Qué muestras? Israel desplegó técnicos en las Malvinas para asistir con la maquinaria que vendieron. Entre ellos, a dos hombres –Gil Or y su asistente Ika Orgad–, que ayudaron en Puerto Argentino a mantener las comunicaciones abiertas con el continente hasta el final. Salieron en el último Hércules C-130 previo a la capitulación.
Eso no fue todo. Los pedidos del Edificio Cóndor eran constantes. “En un momento, inteligencia militar vio en la BBC imágenes de soldados ingleses con máscaras de gas y temieron un ataque de ese tipo, así que le pidieron a Gitrón que enviaran 1250 máscaras, pero la comisión de control de cada venta en Israel desconfió. ‘¿Por qué quieren 1250 máscaras si tienen 15.000 soldados en las islas?,’ preguntaron. Entonces Gitrón metió las cajas con las máscaras en un avión, sin autorización, y las envió igual a Buenos Aires”, detalló Lotersztain.
“Factor predominante”
A los 87 años, Gitrón prefirió callar al respecto. “Todas nuestras actividades fueron aprobadas por el gobierno israelí y todo lo que usted me comenta está cercado por un límite gubernamental que no estoy autorizado a traspasar”, indicó a fines de junio de 2021 cuando LA NACION lo ubicó por primera vez en Medio Oriente.
En conversaciones posteriores, sin embargo, Gitrón señaló que los ingleses habían cometido un “crimen de guerra” con el hundimiento del crucero ARA General Belgrano, lo que se sumó a la colaboración que les ofreció Chile, “donde completaron el mantenimiento y la reparación de helicópteros ingleses”. En ese contexto, sostuvo: “Israel ayudó a la Argentina por una serie importante de cosas. La primera, que Israel venía de liberarse de los ingleses, a los que veían como fuerzas militares de ocupación”.
Tras un largo silencio, y en la última de las conversaciones que mantuvo con LA NACION, rememoró sus cortocircuitos con los militares: “En la Argentina hay una inclinación a hacer plata de cualquier manera. Ganar dinero es un factor predominante y hubo que acostumbrarse a eso, aunque no todos los militares fueron iguales. Algunos jamás hubieran pedido coimas como otros oficiales”.
Tras la rendición argentina en Malvinas, y a pesar de la ayuda que brindó Isrex Argentina, los militares aplicaron represalias contra la compañía. Les reclamaron la comisión impaga de US$4 millones por la compra de los aviones Mirage III-C. Y, a tono con las divisiones y recelos que evidenciaron las Fuerzas Armadas durante el conflicto, se negaron a pagar las facturas pendientes por los tanques de combustible y los gabanes que la Fuerza Aérea trajo para los conscriptos del Ejército, por intercesión de Lotersztain, en los mismos Jumbos.
“La Fuerza Aérea hizo el cálculo de peso y volumen, y en la cuenta de esos aviones solo pagó su parte. ‘Que el Ejército pague lo suyo’, me dijeron, porque la relación entre las fuerzas era horrible”, recordó Lotersztain. “Eso no lo pudimos cobrar nunca”, cerró.
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