La secuela del éxito film de 2009 se estrena este jueves en la Argentina; allí, el director profundiza en la historia y los distintos pueblos que habitan el planeta Pandora
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En marzo de 1998, hace casi 25 años, James Cameron se paró frente a sus pares de Hollywood y a las cámaras que captaban cada momento de la ceremonia de entrega de los premios Oscar y, estatuilla en mano, se autodeclaró “rey del mundo”. La frase, parte del diálogo del personaje de Leonardo Di Caprio en Titanic –el enorme fenómeno de público que esa noche ganó 11 premios, incluido el de mejor director para Cameron– no pasó desapercibida. Lejos de tomársela en broma, la industria, la prensa y el público en general la entendieron como la confirmación de la arrogancia y la egomanía del realizador, conocido por su demandante estilo en los sets de filmación. Es que si hay una regla no escrita que todos cumplen a rajatabla en Hollywood es que los ganadores siempre deben demostrar humildad. Si es falsa o auténtica, es lo de menos. Y si hay algo que distingue a Cameron de sus colegas es su poco –nulo– interés en cumplir las reglas impuestas por otros.
Su método le resultó muy efectivo: en sus más de cuatro décadas trabajando en la industria del cine fue uno de los responsables de crear Terminator, de continuar la saga Alien, de explorar nuevos rincones de la ciencia ficción con tecnología diseñada por y para él, de transformar la vieja historia del Titanic en una de las películas más taquilleras de la historia y de romper su propia marca con Avatar, que sigue estando primera en la lista de los films más vistos con una recaudación global de casi 3000 millones de dólares. Y aun así, aquello de proclamarse el rey del mundo blandiendo uno de sus Oscar creó malentendidos que tal vez por estos días podrían, por fin, resolverse. Más allá de la posible arrogancia de su gesto, lo que Cameron gritó a los cuatro vientos aquella vez –y desde siempre– hablaba de su deseo más elevado: ser el rey de su propio mundo. Para eso, por supuesto tenía que crearlo. Y lo hizo. Cuando el jueves se estrene Avatar: el camino del agua, la secuela que le llevó más de una década completar, el director volverá a abrir las puertas de su reino al público.
El regreso al planeta Pandora ampliará el mapa trazado por la primera película y viajará a las profundidades del océano, ese territorio que desvela al director desde siempre. El retorno al mundo de los Na’vi, esas esbeltas criaturas azules creadas por la tecnología de captura de movimiento que transforma en gigantescos extraterrestres a las interpretaciones de actores como Zoe Saldaña, Sam Worthington y Sigourney Weaver –todos de regreso en la nueva película, junto a “los nuevos” Kate Winslet y Cliff Curtis, entre otros– es mucho más que una estrategia para atraer público a las salas. Al menos lo es para Cameron, que hizo de esta secuela el centro de su universo de intereses, temas y obsesiones. Un resumen de su obra completa que además es el primer paso para una saga que sueña llevar hasta las siete películas. Un “grandes éxitos” que dura tres horas y 12 minutos filmado en el 3D más impresionante que se pueda imaginar. O, de hecho, que solo Cameron pudo imaginar.
“Una secuela debe honrar lo que le gustó al público de la original pero también darle sorpresas. Más emoción. En la primera película los personajes eran más simples y en esta sus vínculos, especialmente los familiares, se profundizan y ganan protagonismo”, decía el martes el director desde Londres, rodeado de sus actores, Saldaña, Worthington, Weaver y Winslet y junto a Jon Landau, su histórico productor. En la conferencia de prensa de la que participó LA NACION, Cameron habló del recorrido que lo llevó hasta la película completa que, según, admitió solo vio terminada la semana pasada. “Me pasé años viendo pedacitos de escenas”, comentó en broma.
“Para mí, una secuela no es algo que se da por sentado. Steven Spielberg no hizo una continuación de E.T., el extraterrestre”, explicó el director que cuando Fox, el estudio ahora propiedad de Disney que produjo la primera Avatar, le pidió que hiciera una continuación, prefirió parar la máquina. “Con un éxito como ese, la regla en Hollywood es que tenés que volver con una segunda película dentro de los próximos tres años. Así funciona la industria: regresás a la fuente y seguís construyendo desde la base de ese impacto cultural”, contó el director. Fiel a sí mismo, no hizo lo que se esperaba de él.
En los trece años que pasaron entre una película y otra Cameron dejó a un costado la dirección para dedicarse a otras actividades que lo apasionan: la exploración oceánica y el activismo ambiental. En ese camino diseñó junto a National Geographic Society un submarino con el que se transformó en la primera persona en sumergirse en la fosa de las Marianas, el punto del océano más profundo del mundo. “En un momento me planteé si quería volver a dirigir cine y especialmente una película de Avatar, porque la estaba pasando demasiado bien haciendo todo lo demás”, contó el director hace unos meses a The Hollywood Reporter, que lo visitó en su centro de operaciones en Wellington, Nueva Zelanda. La nueva película se nutre de su pasión por los océanos y la despliega como nunca antes en su carrera.
Bajo la superficie
En el regreso a Pandora, la historia retoma en el punto en el que terminó el último film: con los nativos retomando el poder de su planeta y expulsando a los humanos que habían llegado a colonizarlos en busca de sus riquezas minerales. Con un prólogo en el que Jake Sully (Worthington) relata su vida como Na’Vi junto a su compañera Neytiri (Saldaña), los tiempos de paz y la llegada de sus hijos, la trama avanza con una nueva invasión de los humanos, que buscan dejar la Tierra moribunda y hacer del planeta su último refugio. Para eso, una vez más, deberán subyugar a los Na’vi. Cuando el avance humano ponga en peligro a su familia, Jake huirá hacia el mar, en el que viven las tribus del agua.
Al contar esa historia de familia, “que es su fortaleza” –dice Cameron en la conferencia de prensa; el mismo texto aparece en boca de Sully en la película– el film presenta nuevos personajes, como los hijos de la pareja central y los poderosos guerreros que se encuentran en su nuevo hogar, encarnados por Curtis y Winslet, pero también su trama funciona casi como un resumen de las temáticas, imágenes y mensajes que recorren toda la carrera del director. Por allí aparecen las prodigiosas escenas submarinas, a años luz de aquellas que filmó para El abismo, el romance de rematrimonio y ciencia ficción que realizó en 1989, pero con el mismo espíritu de reverencia por lo que existe más allá de la superficie. Más adelante están las secuencias sobre el agua, una batalla con embarcaciones que se hunden y los personajes centrales luchando para sobrevivir; para algunos, esos tramos reabrirán, una vez más, el debate sobre Rose, Jack y la bendita madera flotante.
Avatar: el camino del agua también retoma viejas preocupaciones del director como el complicado vínculo entre padres e hijos. Hay una línea invisible que une a Sarah y John Connor de Terminator con Sully y sus hijos adolescentes, divididos entre ser guerreros en formación y chicos en busca de la aprobación paternal. El peligro de la automatización, la guerra de las máquinas y los enemigos que pueden cambiar de cuerpo pero no de intenciones, terminan de unir a la inigualable saga de acción encabezada por Arnold Schwarzenegger con buena parte de la nueva Avatar.
Para completar el círculo, Cameron también incluye en el nuevo guion, escrito junto a Rick Jaffa y Amanda Silver (El planeta de los simios: revolución), referencias a Alien 2: el regreso que incluyen y van más allá de la presencia de Weaver, su gran heroína de acción, que en Avatar: el camino del agua vuelve transformada en una adolescente Na’Vi, hija adoptiva de Jake y Neytiri.
Sí: a los 73 años, gracias a la tecnología y el inquebrantable impulso del director, la actriz encarna a la joven que guarda, sin saberlo, los secretos de Pandora que el nuevo film apenas empieza a revelar. Un misterio que Cameron sueña con desplegar en al menos otras tres entregas de la saga de Avatar, ese mundo del que es el indiscutido rey.
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