A los 85 años la actriz regresa al cine con un rol protagónico conmovedor en El secreto de Maró, donde encarna a una cocinera sobreviviente del genocidio armenio
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Del otro lado de la línea se la escucha mal y no solo por cuestiones técnicas. La primavera calurosa empeoró una profunda alergia que desde hace un tiempo la tiene a maltraer, pero Norma Aleandro, en la semana de estreno del film que la devuelve al cine tras cinco años de ausencia, se niega a clausurar la posibilidad de promocionar El secreto de Maró, donde encarna a una sobreviviente del genocidio armenio. Entonces, entre toses y estornudos, brinda lo mejor de sí en una charla con LA NACION.
La película de Alejandro Magnone le ofrece un protagónico absoluto (aunque está muy bien rodeada por Florencia Raggi, Manuel Callau, Héctor Bidonde, César Bordón, Analía Malvido, el propio Magnone y la gran Lidia Catalano) y la posibilidad de tocar distintas cuerdas: la graciosa, la emotiva y la romántica. Lo suyo es un verdadero capolavoro que está a la altura de La historia oficial, Gaby: a True Story, Sol de otoño, El hijo de la novia y Cama adentro –por citar solo algunas de las películas por las que fue galardonada-, o tal vez se encuentre por encima de toda su filmografía. En El secreto de Maró es una cocinera nonagenaria que trabaja en la cantina de un centro armenio, donde deleita a los comensales con exquisitos platos típicos. Es malhumorada y solitaria y guarda viejos recuerdos. Cuando la continuidad de su espacio de trabajo es puesta en jaque por cuestiones de la modernidad, ella se planta y lo defiende con tesón. Su lucha va más allá de la preservación de la fuente de trabajo: intenta preservar las tradiciones, fortalecer la memoria colectiva. Cuando en medio de ese tire y afloje con las autoridades del club aparece una censista de la embajada de Armenia, los recuerdos que con tanto ahínco intentó reprimir ganarán fuerza y su vida cambiará para siempre.
–¿Qué es lo que más te interesó del proyecto? ¿La historia, el personaje, el elenco...?
–Desde un principio me enamoré del guion, tiene un tema muy raro para haberlo desarrollado como el director lo hizo: parte del holocausto armenio, sí, pero para incentivar los amores, los cariños, el recuerdo por la gente que quedó en la patria y no para estimular la venganza. Me atrapó la manera en que estaba contada la historia, desde el lugar que lo hacía, una historia que a simple vista podría pasar por pequeña, pero que es enorme. Una historia, tan dulcemente contada, que transcurre en una cocina chiquita de un club chiquito con problemas económicos, un lugar donde habita la memoria de todo un pueblo, que se va perdiendo con la gente joven. Me encantó cómo estaba contada esa lucha, me convenció apenas leí el guion.
–¿Cómo repercutió en vos el tema de la inmigración, que trata el film, siendo hija de inmigrantes?
–Yo soy hija de una mujer española (la actriz María Luisa Robledo) y nieta de una pareja de españoles, y también nieta, por parte de mi padre (el actor Pedro Aleandro), que era argentino, de italianos. Así que siempre me interesó el tema de la inmigración y lo que sucede en la Argentina: esta suerte de abrazo que el país le da a la gente que llega desde distintas latitudes para quedarse. En el caso de Armenia, ellos tienen más inmigrantes repartidos en el mundo que gente viviendo ahí. De eso también habla la película. Lo que me gustó y me gusta de El secreto de Maró es que no busca hacer reír o llorar a costa de ciertas situaciones, lo que sucede en el film ocurre de la forma más tierna posible.
–¿El film te retrotrajo a la infancia y a las historias de nostalgia, dolor y desarraigo que anidan en toda familia de inmigrantes?
–De alguna manera sí. A nosotras, a mi hermana (la actriz María Vaner) y a mí, nos crio una abuela castellana. Pepita era una mujer que cuando nos hablaba nos hacía ver cómo era su tierra. Era cocinera, así que tuvo mucho que ver con el personaje que interpreto en la película. De alguna manera me inspiré en ella. Mi abuela, además de cocinera, era una gran lectora. Todas las noches nos leía un fragmento del Quijote. Parecía una locura que hiciera eso con nosotras, que éramos niñas, pero las palabras que no entendíamos nos las explicaba y así íbamos conociendo el idioma y una de las obras más importantes de la literatura universal. Fue maravilloso arrancar por ahí. Tener al Quijote como primer libro en la biblioteca no estuvo nada mal.
–En los últimos años la Argentina ha vivido una segunda gran ola inmigratoria, con la llegada de colombianos y venezolanos. ¿El país sigue siendo una tierra de oportunidades?
–Yo pienso que sí, estemos como estemos, está en el ADN de nuestro pueblo no echar a nadie, no dejar a la gente tirada. Yo creo que en ese sentido estamos de acuerdo todos los argentinos: mientras se pueda, hay que recibir a quien viene mal, escapando de los horrores que habitan el mundo, o por el motivo que sea. Nunca nos olvidamos de nuestras raíces inmigratorias y somos solidarios.
–¿Por qué, entonces, muchos argentinos piensan hoy en irse? ¿Vos los disuadirías?
–No, yo no los disuadiría, creo que cada uno tiene que armar su vida como quiere, ojalá todo el mundo pudiera hacer lo que quiere, ya sea quedarse o irse. No me parece que tenga que haber una prohibición al respecto ni que el irse signifique un desprecio al país. Esa es una necesidad de un momento dado, eso no quiere decir que a la persona que se va le dure toda la vida. Cada uno tiene sus razones para armar su vida de determinada manera y no somos quienes para hacer reproches. Mi experiencia tampoco ayuda mucho, yo debí irme, que es otra cosa. De todos modos el exilio cada uno lo vivió de una manera distinta. Lo único que se me ocurre agregar es que el vivir afuera es una experiencia muy grande, puede ser lo mejor que una persona haga en su vida o lo peor.
–¿El secreto de Maró está basada en una historia real?
–¿Podés creer que nunca hablamos de eso con el director? Pero yo creo que no, si bien él conoce muchas historias de ese tipo, el de Maró es un personaje de ficción.
–La película tiene un final abierto. ¿Podría haber una segunda parte? ¿Te sumarías a la secuela?
–Podría haber una segunda parte, claro que sí, porque queda un amor trunco... Eso es un detalle muy lindo del guion, haber incluido en medio de semejante temón a una pareja que sigue enamorada a pesar de los años y de que cada uno siguió con su vida y sus dolores. Aunque los dos son muy mayores siguen enamorados. Eso me pareció estupendo. Porque no hay edad para enamorarse. ¿Si yo aceptaría hacer una segunda parte con esta historia de amor trunca? Si es bueno el guion, sí.
–La película está fechada en 2020. ¿Fue rodada en pandemia? ¿Tuvieron que tomar algún recaudo en especial?
–La terminamos justo antes. La filmamos durante el verano de 2020 y después el director, pobre, tuvo serios problemas con la post producción porque ya estaba todo cerrado. Es que había quedado inconcluso el tratamiento que había que hacerle. Fue un disgusto para él, pero finalmente logró revertir la situación y lo hizo muy bien. Yo quedé muy conforme con la película, para mí es un joyita.
–Tengo entendido que ya se vio en Armenia, en el 18º Golden Apricot Yerevan International Film Festival. ¿Cuáles fueron las repercusiones?
–Según me contaron, buenísimas. Para ellos fue toda una revelación, algo que no se esperaban. Acá está sucediendo lo mismo entre los integrantes de la comunidad armenia. He comido con ellos y he sido recibida por el embajador de Armenia en la Argentina. Las devoluciones que me han hecho de la película son maravillosas, por eso estamos todos encantados. Más allá de la opinión de los espectadores argentinos, la de ellos, para nosotros, era muy importante.
–Aunque tenés en tu haber medio centenar de películas siempre se te distingue por La historia oficial. ¿El secreto de Maró podría, a partir de ahora, identificarte de la misma manera? Ambas películas cuentan desde lo individual y de la forma más humana posible, un drama político.
–Sí, yo creo que sí. Esta película va a tener una repercusión muy grande, me alegra mucho porque la hicimos todos con muchísimo amor. Fue un equipo increíble, un verdadero equipo. Nos apoyamos mucho, era complejo de filmar en lugares pequeños. Rodamos en un club armenio, luego en dos casas chicas, de una utilizamos el patio y de la otra un cuarto y también la cocina. Todo era muy pequeño, pero a la vez creíble. No siempre sucede, pero en este grupo de trabajo existió una mística. Te confieso que volver a trabajar con Héctor Bidonde, Florencia Raggi y Lidia Catalano fue un placer enorme. Con Lidia habíamos trabajado en La historia oficial, se nota que tenemos mucha química.
–También es muy posible que la película te devuelva a los festivales y a las premiaciones internacionales. ¿Estás preparada para volver a vivir algo así, 35 años después de La historia oficial?
–Mirá, no sé si volvería a viajar tanto como aquella vez. Luego seguí viajando por compromisos teatrales, pero después nunca tuve ganas de abandonar el país. Yo siempre digo que soy una gallina que a veces trata de comportarse como un águila, pero soy profundamente una gallina. Me gusta estar en mi gallinero con mis pollitos, o sea en mi casa.
–Esta es la primera película local que trata el drama del genocidio armenio y sus implicancias. ¿Por qué creés que es así? ¿Y por qué este genocidio tiene menos prensa que otros?
–No lo sé. Tal vez tenga que ver con la forma de ser de los armenios, que es benévola. No son activistas, no son de salir a la calle con banderas en contra de nada ni de nadie, tratan de convivir con quienes eligieron para hacerlo -en este caso con nosotros, los argentinos- de la mejor manera posible. Son muy generosos, ayudan todo el tiempo al compatriota que lo necesita. Rastrean y encuentran a los familiares perdidos y juntan dinero para que unos y otros viajen y se reencuentren (como se ve en la película). En ese sentido la embajada de Armenia es fundamental, aquí y en el resto del mundo.
–Tienen un fuerte sentido de comunidad.
-Muy fuerte. Justamente la película habla de que no quieren perderlo, no quieren perder algo que es un valor muy grande, que es ese conocimiento de todo lo que sucedió y alguna manera rendirle homenaje a esa gente.
–Muy sutilmente el film se mete con el tema de “la grieta”, pero desde un punto de vista generacional, no político. ¿Cómo te llevás vos, en términos generales, con “la grieta” en la que de una u otra manera estamos sumidos todos los argentinos?
–No tengo ningún problema con la grieta, no me importa qué piense un compañero de trabajo o un amigo, y si está adentro o fuera de ella, de un lado o de otro. Simplemente no me importa.
–Si no hice mal la cuenta esta es tu película número 50. ¿Cuáles son los títulos que más recordás de esta larga carrera en el cine, y por qué?
–Me dejaste helada con la cantidad, nunca las había contado. A ver, además de La historia oficial (1985), El último piso (1962), que hice cuando era muy jovencita, después Sol de otoño (1996) y Cama adentro (2004). Pero seguramente me estoy olvidando de varias y quedaré mal con todos los directores.
–En el film la comida es central y Maró es una cocinera muy hacendosa, recelosa de sus recetas. ¿Cuán importante es la comida en tu vida? ¿Cómo sos como cocinera? ¿Cuál es tu especialidad?
–Si me pongo a cocinar, lo hago bien, pero tampoco es algo que haga tan bien para que digamos ‘ah, qué maravilla’. Pero me gusta comer bien, eso sí. Me gusta comer rico y sencillo, no soy de platos extravagantes. Yo he hecho muchos años macrobiótica porque me gustaba mucho esa comida. Aunque es muy difícil de digerir para mucha gente, a mí me encantaba. ¿Y por qué no seguí haciéndola? Porque si compartís la vida con alguien, como es mi caso, también tenés que compartir los gustos y a mi marido no le gustaba.
–Maró pinta para no olvidar, para mantener vivos los recuerdos. Vos, que estás a punto de publicar un libro con tus dibujos y pinturas, ¿para qué lo hacés?
–Para divertirme. Yo siempre pinté y dibujé para pasarla bien, no para mostrar lo que hacía y que me juzguen otros. Por eso el libro se va a llamar Confieso que pinto. Porque prácticamente nadie lo sabía, solo algunos amigos a los que les regalé algunas de mis obras. El resto ahora me lo reprocha, me dicen: ‘Cómo no dijiste nada, cómo pintabas y no lo sabíamos’. El proyecto del libro surgió a través de una amiga, Daniela Davidovich, que tiene a su vez amigas en la editorial Fera. Les llevó mis dibujos y ellas quedaron enloquecidas. Al principio me negué, pero después no pude seguir haciéndolo porque son muy encantadoras. El libro es una belleza, con un papel y unos colores que son pura delicadeza.
–Sé que no te gusta hacer dos cosas a la vez. Después de este film, ¿regresarás finalmente al teatro?
–Sí. Cuando empezó la pandemia ya estábamos en los ensayos generales de Mi abuela la loca, la obra que con dirección de Claudio Tolcachir y producción de Lino Patalano y Pablo Kompel, íbamos a protagonizar Oscar Martínez y yo en el teatro Metropolitan. Luego, como ya sabemos, se paró todo, pero el próximo marzo retomaremos los ensayos para estrenar a mediados de abril, dos años más tarde de lo previsto, y ya no con Oscar, que tiene compromisos en España, sino con Jorge Marrale. Yo haré de la abuela del título y él de mi nieto. La historia es muy graciosa, pero me han prohibido contarla. Pero a vos igual te voy a adelantar algo: esta abuela empieza a hacerse cargo de su nieto porque sus padres trabajan mucho. Al principio no se entienden para nada, pero luego la abuela va encontrando cómo hacer de su nieto un poeta. Todo esto tiene mucha gracia, pero al mismo tiempo es una obra delicadamente romántica. Yo haré de alguien de mi edad, mientras que Jorge hará del nieto a través de distintas edades, desde niño hasta adulto.
–El secreto de Maró incluye, como vos bien señalaste anteriormente, una historia de amor entre dos personas mayores; algo que no sucedía en el cine local desde hace años. ¿Cómo es el amor en la tercera edad, Norma?
–Mirá, yo te voy a hablar con respecto a mí. Nosotros, con mi marido (el médico y analista Eduardo Le Poole), vivimos juntos hace como 50 años. Antes, fuimos amigos durante bastante tiempo y hoy nos seguimos divirtiendo, esta es la verdad. Tenemos muchas cosas en común, no hacemos un esfuerzo para llevarnos bien –algo que nunca resulta-, y la compañía del otro es imprescindible. Ni aún durante la pandemia, estando los dos solos en esta casa, encerrados, vivimos nuestra convivencia como un sacrificio. Ahí te das cuenta lo que es el amor.
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