Hace 37 años, la maestra Christa Mc Auliffe abordó el Challenger para convertirse en la primera civil en llegar al espacio; pero su vuelo duró apenas 73 segundos...
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Christa Mc Auliffe fue seleccionada entre 11.000 maestras para viajar al espacio. Tenía 37 años y estaba entusiasmada con el programa “Maestra en el Espacio” creado por el presidente Ronald Reagan en 1984. Por primera vez, la NASA llevaría a un “no astronauta” al espacio. Y una maestra de escuela era el mejor canal para transmitir la experiencia de manera “menos técnica”.
Durante el proceso de selección, cada una de las maestras postulantes completó una ficha interminable, de 11 páginas. Además de dar detalle de sus condiciones físicas, tuvieron que explicar por qué querían ir al espacio y cómo aprovecharían la experiencia una vez que regresasen a la Tierra. La propuesta despertó muchísimo interés. Entre 11.000 legajos, la NASA seleccionó 114 para entrevistar. Luego, acotó el número mucho más. Finalmente quedaron 10 aplicantes, a quienes se les realizaron exámenes médicos y psicofísicos.
La candidata ideal
Christa Mc Auliffe lideró todas las pruebas. Era, sin lugar a dudas, la candidata ideal para volar al espacio. Además, vivía en Concord, New Hampshire, un típico pueblo del interior de los Estados Unidos. Para el programa, que alguien del interior del país llegara al espacio sería un gran éxito publicitario, como una nueva versión del “sueño americano”.
Y de hecho lo fue. Su presencia en el programa espacial aumentó el interés del público por las actividades de la NASA. “Mucha gente pensó que todo había terminado cuando llegamos a la Luna. Pusieron el espacio en un segundo plano. Pero la gente tiene una conexión con los maestros. Ahora que se seleccionó un maestro, están comenzando a volver a ver los lanzamientos”, decía Mc Auliffe en sus primeras apariciones públicas como “aspirante a astronauta”.
Una vez elegida, Christa fue recibida en la Casa Blanca por el presidente Ronald Reagan. Fue una ceremonia épica, llena de flashes y cámaras de televisión. Hubo también un desfile. De repente, su vida había dado un giro de 180 grados. Ya no daba clases todos los días: cambió el aula por el centro de simulación Johnson, en Houston, donde inició su entrenamiento. Estaba camino a convertirse en “el primer civil en ir al espacio”, como decían los diarios.
Christa tuvo que atravesar todo tipo de pruebas. Estuvo en cápsulas de gravedad, “caminó en el aire”, practicó caída libre y resistencia ante la fuerza G. En algunos tests no la pasó bien. Padeció, especialmente, los simuladores de vuelo que los astronautas veteranos rebautizaron como “cometas del vómito”. Pero sus instructores la aprobaron en su examen final. Tras un curso acelerado, se recibió de “astronauta”.
Un mes antes del lanzamiento, Mc Auliffe tuvo su primer cara a cara con la nave que la llevaría al espacio: el imponente Challenger. Se sintió diminuta ante semejante estructura de metal. Los medios reprodujeron sus primeras impresiones: “No podía comprender nada. Ahora pienso que los cohetes van a encenderse y que voy a estar 350 kilómetros arriba, orbitando la Tierra. Todavía no parece posible”, dijo cautivada.
“Las cosas que practicamos las puede hacer cualquier ser humano”, dijo a los periodistas ese mismo día. Tenía razón en que no había que ser un súper humano; simplemente había que reunir mínimas condiciones médicas, como no tener diabetes, poder ver bien, escuchar bien... Ella no era demasiado atlética. De hecho, el día de su primer examen físico, bromeó: “Quería asegurarme que no me iría a caer de la cinta de correr”.
En su pueblo la veían como a una estrella. Los medios de comunicación la presentaban como “la maestra más famosa de los Estados Unidos”. Un día, comiendo en Concord, un vecino le pidió un autógrafo. “Sentí que estaba escribiendo en un cuaderno de comunicaciones, como hacía siempre en la escuela”, recordó Christa, todavía poco acostumbrada a la fama.
Christa Mc Auliffe nació en Framingham, Massachusetts, el 2 de septiembre de 1948. Se graduó como profesora de Historia en 1970 y consiguió su primer trabajo como docente en Maryland. Se casó joven con Steven Mc Auliffe, su novio de la secundaria, quien la acompañó a Concord.
Los colegas de Christa contaban que ella, en sus clases, decía que “la experiencia de la gente común es un tema tan apropiado como las crónicas de las guerras y los políticos”. Se cree que eso fue uno de los puntos determinantes para que la NASA la seleccionara para volar en el Challenger. En efecto, en su ensayo de aplicante, Mc Auliffe dijo que volcaría todas sus vivencias en un diario personal que llevaría al espacio. “Quiero desmitificar a la NASA y a los viajes aeroespaciales, humanizar la experiencia”, explicaba.
La historia de los shuttle, los trasbordadores norteamericanos, era breve. Comenzó diez años antes, en 1976, con el estreno del Enterprise. Cinco años después comenzó a volar el Columbia. El Challenger, en el que iba a viajar Mc Auliffe, era la tercera nave de su generación. Al igual que los otros shuttle, sería propulsado verticalmente hacia arriba hasta superar la gravedad. Luego el transbordador liberaría los cohetes y reduciría su velocidad para entrar en órbita. El regreso a Tierra, en cambio, sería en descenso suave: el Challenger planearía a gran velocidad, sin la ayuda de ningún motor, hasta aterrizar como cualquier avión.
El despegue tenía fecha cierta: 28 de enero de 1986. La tripulación, de siete astronautas, también estaba confirmada: Richard Scobee (comandante), Michael Smith (piloto) Ellison Onizuka, Judith Resnik, Ronald McNair, Gregory Jarvis y Christa Mc Auliffe.
El objetivo principal de la misión era lanzar dos satélites. El primero, de relevo de datos llamado TDRS-B, que quedaría en el espacio. El segundo, llamado “Spartan Halley”, que sería liberado para estudiar al cometa Halley cuando éste llegara a su punto más cercano al sol. El “Spartan Halley” saldría desde el Challenger y luego volvería a la nave, para que los especialistas pudiesen procesar sus datos.
73 segundos
La noche del 27 de enero de 1986 fue una de las más frías del año. La mañana siguiente, el despegue se tuvo que demorar unas horas porque las bajas temperaturas habían congelado la plataforma de lanzamiento. Esto produjo preocupación entre algunos empleados de la NASA, pero finalmente la agencia dio luz verde al despegue. El Challenger decoló a las 11.38 AM ante millones de espectadores de todo el mundo que asistieron al espectáculo por televisión. Las familias de los tripulantes observaban la escena desde una tribuna. Apenas comenzó el despegue, desde la torre de control activaron un cronómetro para medir el tiempo que demorara la nave en escalar hasta el espacio.
“Challenger, siga acelerando”, le ordenaron desde la torre de control. Todo parecía normal. La nave estaba atravesando el “Max-Q”, palabra que refiere al período de mayor presión aerodinámica en el proceso de escalada. Después todo ocurrió muy rápidamente. Demasiado. Mientras toda Florida seguía su estela, el shuttle explotó a 14 kilómetros de altura. Habían pasado solo 73 segundos desde el lanzamiento. Todos los tripulantes murieron en el acto.
El presidente Ronald Reagan creó un comité de investigación para determinar las causas del accidente y evitar futuros inconvenientes. Unos días después se desgrabaron las conversaciones entre el piloto Smith y la torre de control. “Uh, oh…”, exclamó sorprendido Smith. Fueron sus últimas palabras, lo último que registró la cinta antes del estallido.
La causa del accidente recién se pudo determinar semanas después. Como se sospechaba, fue producido por las bajas temperaturas de la noche previa. Dos anillos de goma, cuyas tareas eran mantener unidas dos piezas fundamentales en uno de los cohetes propulsores, se despegaron. Entonces se abrió un camino para que los gases de escape, peligrosamente calientes, se fugaran del interior del propulsor. Los restos del Challenger llovieron durante casi una hora. La mayoría cayó en el Atlántico, frente a la costa del estado de Florida.
Se inició una búsqueda masiva de escombros. Se peinaron distintas áreas, intensamente, en una misión a la que contribuyeron más de 25 embarcaciones de la Marina de los Estados Unidos, la Guardia Costera y privadas. Diversas fuentes estimaron que la tarea costó más de 10 millones de dólares.
Recién 3 meses después, la NASA pudo confirmar que se habían hallado “restos” de los 7 astronautas, así como también fragmentos de la carcaza metálica del vehículo. “Dijeron que los cuerpos de los astronautas fueron aplastados dentro de los escombros y no pudieron ser reconocidos como humanos”, informó The New York Times el 20 de abril de 1986. Todos fueron enterrados. El gobierno de los Estados Unidos indemnizó con 7 millones de dólares a cada una de las familias de los tripulantes.
La NASA frenó toda operación hasta 1988, cuando volvió a despegar otro shuttle, el Discovery. Como consecuencia del accidente del Challenger, la agencia especial dio de baja el programa “Maestras en el Espacio”. Barbara Radding Morgan, que enseñaba en una escuela de Idaho y entrenó junto a Mc Auliffe, tuvo que regresar a su casa.
Pero nunca perdió el contacto con la NASA. En 1998 ingresó como “personal permanente” a la agencia espacial. Finalmente, en agosto de 2007, veintiún años después del accidente del Challenger, Barbara Radding Morgan voló a la Estación Espacial Internacional y se convirtió en la primera maestra en viajar al espacio.
No todos los restos del transbordador Challenger fueron recuperados, pues los desechos de la nave estaban esparcidos en un área enorme, en miles de hectáreas. Con el correr del tiempo, aunque rara vez, aparecieron fragmentos aquí y allá. La última vez fue el año pasado: el 10 de noviembre de 2022, en las costas de Florida, un equipo de buzos de History Channel encontró un pedazo de metal en el fondo del mar. Fue de casualidad, estaban filmando un documental relacionado con la Segunda Guerra Mundial. La NASA investigó el hallazgo y confirmó que se trataban de una pequeña fracción del histórico shuttle.
“Si bien han pasado casi 37 años desde que siete audaces y valientes exploradores perdieron la vida a bordo del Challenger, esta tragedia quedará grabada para siempre en la memoria colectiva de nuestro país. Para millones de personas en todo el mundo, incluido yo mismo, el 28 de enero de 1986 todavía se siente como si fuera ayer”, dijo esa tarde Bill Nelson, el administrador de la NASA, en un comunicado.
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