En EE.UU. encontró formas de ejercer la medicina muy diferentes y lloró todas las noches, hasta que descubrió una sociedad solidaria y un nuevo aprecio por su país: “Argentina no es la `porquería´ que muchos quieren pensar que es”
“Se pueden dar las reválidas de Medicina antes de terminar la carrera y hacer la residencia en Estados Unidos. ¡Allá se vive tan bien!” Carla Antola levantó la vista y prestó mayor atención a la charla que mantenía el grupo de estudiantes a su lado. Desde hacía años soñaba con vivir un tiempo en otras tierras, aunque desconocía los caminos para lograrlo. Aquella conversación le despertó intriga. ¿Reválidas? Tal vez, se dijo, podía volar y descubrir otra cultura antes de lo esperado.
Decidida a conquistar su nuevo objetivo, la joven comenzó a hacer las averiguaciones pertinentes hasta hallarse sumergida en el proceso: “Hacer las revalidaciones es un desafío complicado, pero se puede”, asegura Carla, quien hoy ayuda a otros estudiantes argentinos que desean tener una experiencia en el campo de la medicina en Estados Unidos.
Corría el año 2007, cuando la joven cruzó finalmente el umbral que transformó su visión del mundo y de su propio país, Argentina. Apenas se recibió de médica y con su título apto en mano, tomó un vuelo con destino a Michigan, un estado que la esperaba para hacer la residencia y que se transformó en su nuevo hogar por los siguientes tres años. Sus padres la despidieron entre lágrimas y buenos deseos, mientras que algunos amigos señalaron su decisión como una locura: “¿Cómo vas a dejar a tu madre sola?”, “Es muy difícil”, fueron algunas de las expresiones que llegaron a sus oídos.
“Tengamos en cuenta que nunca en mi vida había estado en Estados Unidos, no había ni salido del país hasta ese entonces. Lo tomé como un desafío, pero también buscaba una vida mejor. Nunca nos faltó nada pero me di cuenta durante la cursada de que ninguno de los médicos estaba contento. Mi núcleo familiar me apoyó de manera excelente. Otros me asustaron un poco. Creo que en ese momento fui medio inconsciente, creo que no entendía completamente la dimensión de semejante cambio. Me fui yo sola, sin conocidos ni amigos, con una valija y ya”.
La movilidad y la exigencia de excelencia en el idioma: “Era cuestión de practicar; cuando tomaba el micro charlaba con quien fuera sobre lo que fuera”
Carla llegó a Michigan feliz, atrapada por la curiosidad y sin miedos. Apenas arribó experimentó su primer impacto. Ella no manejaba, y allí, en aquella vasta tierra, el transporte público era casi inexistente y las distancias y los accesos dificultaban su movilidad. Tan solo para ir al supermercado tenía que tomar un micro que pasaba una vez por hora y que tardaba 50 minutos en llegar a destino: “Acá no existen los negocios del barrio”, observa Carla entre risas.
El verdadero shock, sin embargo, llegó cuando comenzó la residencia. Ella creía que dominaba el inglés, pero en aquel ámbito profesional esperaban y le exigían que su nivel fuera de excelencia: “Me costó mucho”, asegura. “Así como me costó encontrarle la vuelta a la residencia también. La medicina acá es muy diferente, las enfermeras y lo que pueden hacer es muy diferente también. Así que no fue solo aprender la cultura y el idioma, sino también toda una nueva forma de ejercer la medicina”.
Carla lloró varias noches, se sentía sola. Estaba sola, pero no era la única que atravesaba aquellas emociones, muchos habían llegado de otros estados del país y sentían el mismo golpe devastador provocado por el desarraigo y la exigencia. Al poco tiempo, los residentes de primer año comenzaron a apoyarse entre sí y el camino empezó a allanarse.
Todos a su alrededor tenían auto y ayudaron a Carla con las compras hasta que aprendió a manejar y a dominar incluso las rutas de hielo y nieve: “Compré mi primer auto con un crédito que me dio el banco solo presentando los recibos de sueldo. Fue super fácil y amaba a mi auto”, cuenta.
“Con el idioma era cuestión de practicar; cuando tomaba el micro charlaba con quien fuera sobre lo que fuera. Y las noches tranquis de guardia me quedaba charlando sobre cosas de la vida, la tele, la familia, etc. Así aprendí mucho sobre el inglés coloquial y no solamente el inglés médico. Les pedía que me repitieran palabras para aprender bien la pronunciación, ya que al americano promedio -no el que vive en Nueva York o Miami- tiene un oído muy duro y como hay muchos sonidos sutiles, si uno no pronuncia bien, ellos no lo entienden”.
La solidaridad y ser médico latino: “Cuando ven que uno tiene el mismo entrenamiento y encima es más cálido, ¡quedan embelesados!”
El tiempo transcurrió intenso, casi sin feriados y con vacaciones prácticamente inexistentes: “El momento para trabajar es ahora, después como jubilados descansamos”, le explicaban. Así fluyeron sus tres años en Michigan, hasta el día en que llegó el turno de mudarse a Oregón. A Oregón le siguió el sur de California, y luego Miami (donde solo permaneció un año y no le gustó) y, finalmente, Arizona. En el camino halló mucha variedad geográfica y climática, y descubrió los contrastes entre el ambiente rural y las grandes ciudades.
“El verdadero Estados Unidos se encuentra en urbes medianas, chicas y rurales. El gringo es una persona fría en su expresión, pero no significa que no le importe el otro o que no siente afecto, para nada. Simplemente que lo expresa diferente. Más al interior uno va, más les cuesta abrirse, pero una vez que te abren sus puertas, son amigos para siempre”.
“Son personas muy solidarias, siempre me han extendido una mano en situaciones difíciles, pero por lo general lleva de seis a doce meses de trabajar todos los días codo a codo para que socialicen un poco más, que te digan de juntarse a tomar un café. Ya que te inviten a la casa es todo un halago”, continúa.
“En relación a lo laboral, en la medicina hay mucha oferta. Quizás no sea en la ciudad o el hospital que quieras, pero trabajo hay y se paga bien. Pero también se exige mucho y se trabajan largas horas (promedio de 50-60 horas por semana y no se pagan horas extra). El cafecito de media mañana no existe. Hay mucho control, regulación y auditorías lo cual es bueno por un tema de control de calidad, pero también contribuye mucho al burnout”.
“La gran mayoría de los pacientes son muy apreciativos. Algunos desconfían en un principio porque, al ser extranjero, se preguntan si uno tiene el mismo nivel que los otros médicos. Cuando ven que uno tiene el mismo entrenamiento y encima es más cálido, ¡quedan embelesados! Los colegas tienden a ser bastante competitivos. Se les exige mucho a los médicos primarios y médicos de familia (como yo). Somos la primera línea de batalla. La mayor parte de los seguros médicos necesitan una orden del médico primario para que vayan a un especialista. Fuera de las grandes ciudades no hay tantos especialistas, así que uno está entrenado para hacer el manejo de muchas cosas solo. Lo mismo cuando trabajaba en Emergencias, tenía que estabilizar al paciente, hacer el manejo inicial del trauma, infarto, ACV, etc. y luego mandarlo por avión o tierra (según el clima) a otro hospital quizás a 5 horas para que vea un especialista”.
“También nos llega directo a nosotros todos los resultados de imágenes, laboratorio. Si el farmacéutico tiene preguntas nos contactan directamente a nosotros. Las recetas y las órdenes se mandan directamente a la farmacia o el laboratorio. Todo electrónico, por supuesto”.
“Otra cosa es que en los pase de guardia y las rondas (sobre todo en terapia intensiva e intermedia) se hace con todo el equipo presente: médico, residente, enfermeros, farmacéuticos, kinesiólogo, nutricionista, etc.”.
Gran hospitalidad, pero diferentes costumbres: “Mi papá vive conmigo y lo cuido, y ninguno de mis amigos gringos lo entiende”
La primera década en Estados Unidos había pasado y Carla aún no se acostumbraba a los horarios de comida, a las formas de mencionar la hora, o a que no existiera la sobremesa por considerarse tiempo perdido: “Tampoco dan `la vueltita al perro´ y viven en su auto: en el horario del almuerzo se meten en el coche para comer, manejan por la autopista y van comiendo una hamburguesa”.
Cierto día, Carla recibió malas noticias desde Argentina: su madre había enfermado. En familia, decidieron la mudanza de sus padres a Estados Unidos para vivir con ella. Fue ahí, ante las sorpresa de sus amigos y colegas, que la médica argentina comprendió que la comunidad se cuidaba mucho entre vecinos, pero no tanto entre familia.
“La solidaridad en la comunidad es mucha, pero no tienen problema de dejar la familia al otro lado del país. El chico a los 18 años debe dejar el hogar. Y los padres mayores van a un geriátrico y venden su casa para poder estar ahí. Los hijos van a visitarlos, pero no se hacen cargo como uno está acostumbrado. Ahora mi papá vive conmigo y lo cuido, y ninguno de mis amigos gringos lo entiende”.
“A pesar de las diferentes costumbres son muy buena gente. Antes de que mis padres se mudaran conmigo, y aun después, siempre me invitaron para las fiestas, no quieren que nadie se quede solo. Su forma de ser me ayudó a abrir la cabeza y entender que hay muchas formas de ser y expresarse, pero en el fondo somos todos humanos y buscamos vincularnos. Incluyendo todas las etnias y culturas”.
“Estados Unidos es un verdadero crisol, mucha gente de África, Medio Oriente, India, chinos, filipinos, resto de Latinoamérica y Europa etc. Comemos cosas diferentes, nos sentamos a la mesa de forma diferente, utilizamos cubiertos o no, lo hacemos en horarios diferentes, pero todos tenemos un mismo denominador común, la hospitalidad y querer vincularnos. Por eso pienso que el racismo o discriminación es de gente ignorante y poco culta, de verdad que somos todos iguales y buscamos lo mismo”.
“La policía, por ejemplo, a veces tiene mala reputación. Por mi tipo de trabajo estoy en mucho contacto con policías. También me han parado alguna vez que otra por un poco de exceso de velocidad. Son muy amables y profesionales. Nunca he tenido ningún inconveniente. Al contrario, esas noches frías o de nevadas fuertes van por la calle patrullando y levantando homeless para llevarlos a la guardia o llevarlos `presos´ por alguna tontera cosa de que pasen la noche bajo techo, con una comida caliente y a la mañana siguiente los liberan. El tema de los homeless y la falta de acceso a la salud mental es tema de otro día”.
“Sin embargo, quiero decir que también existen los planes sociales para gente de bajos recursos e indigentes, ya sea con cupones para la comida, seguro médico del gobierno y asistencia por hijo”, continúa Carla. “Por otro lado, Estados Unidos es el reino del consumo, encontrás lo que te imagines y más también. Pero pienso que eso también lleva a enfocarnos demasiado en cosas materiales y nos olvidamos de cultivarnos nosotros como personas. ¡Tienen los garajes atiborrados de cosas!”
De regresos y aprendizajes: “Argentina no es la `porquería´ que muchos quieren pensar que es”
Dieciséis años pasaron desde que Carla dejó la Argentina, años en los que descubrió a una sociedad amable y llena de oportunidades para el emprendedor, signada por gente que no está pendiente de los noticieros, que “vive en su burbuja y por eso creo yo que viven más felices”, opina.
En los primeros años Argentina quedó allá, a lo lejos. Para Carla los regresos no resultaban muy impactantes, e incluso solía recibir las visitas y durante años dejó de volar hacia su tierra: “Elegía otros destinos”.
“Cuando mamá tuvo problemas de salud y luego de tanto trabajar (que también pesa) mis prioridades cambiaron y ahora, ya después de muchos años, estoy empezando a extrañar más. Se extraña la gente, la forma de vincularse, la comida, la espontaneidad. El decir frases de Carlitos Bala o de Feliz Domingo y que el otro te entienda y te puedas conectar desde otro punto. El desarraigo les pesa a todos, en mayor o menor medida. El que se fue y te dice que no extraña o que no tiene nostalgia, te miente o se miente a sí mismo”.
“En relación a la espontaneidad, acá no es que son estructurados, es que no son improvisados. Planean las cosas y prevén un plan B en caso de inconvenientes. ¡Y son super ingeniosos con las soluciones! No es cierto que no se las saben arreglar si no tienen los elementos exactos”, agrega.
“Con mi experiencia aprendí a ser puntual y organizada en mi día a día, que me sirve un montón, tanto en el trabajo como en la vida personal. Poder proyectar a futuro pero manteniendo cierta flexibilidad. Aprendí a disfrutar y vivir más en la naturaleza. Aquí son mucho de eso, campamentos, casa del árbol, ir a pescar y tanto más”.
“Aprendí que soy más fuerte de lo que creía (muchas cosas que me banque yo sola, sin familia ni amigos cerca), aprendí a entender que, aunque otra persona haga las cosas diferentes a mí, tiene las mismas emociones y las mismas necesidades humanas que uno. No somos tan diferentes”.
“Y con el tiempo me di cuenta de que la queja en Argentina es un deporte nacional. De verdad no sabemos apreciar lo que tenemos. Ningún lugar es perfecto, ninguno. Pero Argentina no es la `porqueria´ que muchos quieren pensar que es. Yo necesité irme del país y vivir otras cosas para darme cuenta de eso. Por eso me parece bárbaro que los chicos se vayan a hacer otras experiencias fuera. Te abre mucho la cabeza”, concluye.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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