Viajar sola a Japón: un recorrido sensible por “el país del sol naciente” que se transformó en un relato inesperado
¿Cómo, para qué y qué pasa con los viajes que luego se convierten en textos?
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Es difícil entender por qué un viaje que una persona hace sola al otro lado del mundo puede ser interesante para otra. Anna Pacheco indaga esta idea en su libro Estuve aquí y me acordé de nosotros: “Lo más inquietante de los viajes es que con ellos sucede lo mismo que con las obras hechas por IA, como las que transforman tu cara, por ejemplo, en un retrato renacentista o las que te ponen cuerpo de jirafa: a quien más importan, sin duda, es a uno mismo”, dice.
Como siempre, las preguntas difíciles de contestar contienen otras preguntas adentro. En primer lugar, habría que mencionar la de cómo se viaja. Y no me refiero a la revisitada idea de que viajar para escribir es una experiencia mucho más activa que la de turista mirando vidrieras. Hablo específicamente de hacer posible un viaje.
Para una persona de clase media argentina, viajar se trata de ahorrar durante un año para luego gastar en sus entre 15 y 21 días en un pasaje, estadía, algunas excursiones, comida, recuerdos y regalitos. Luego, en el mejor de los casos, se repite al año siguiente o alterna entre uno más caro y uno más barato. Es la vida cotidiana, es útil, funciona para el descanso, se usa el tiempo en familia o con amigos, se la pasa bien y se come rico. A la hora de la vuelta, todos parecen muy interesados en que ese viaje sea contado, pero rápidamente el relato se deshace en datos sobre el clima, el hotel, el bronceado y los problemas en el vuelo.
“Cancelar un viaje para quien no tiene plata es muy caro”
Cuando cuento que fui a Japón en 2020, invariablemente todos opinan que no debería haberlo hecho, porque el 4 de marzo, cuando mi avión despegó de Argentina, la pandemia del Coronavirus ya era un tema de agenda. Y como hoy existe Parece sangre en el paño blanco impecable, la crónica de viaje de mi autoría que publicó la editorial Fruto de Dragón, encuentran la respuesta en que soy una periodista aventurera que busca historias para luego encerrarse horas en casa a escribir sus experiencias. Lo cierto es mucho menos misterioso: estuve todo el año previo pagando en cuotas los USD 1500 dólares que me salió el pasaje y tenía vacaciones inamovibles. Cancelar un viaje para quien no tiene plata es muy caro. Y, a pesar de que ir a Asia –la fuente de ese virus incontrolable– era un salto al vacío, mis condiciones de decisión dependieron de algo que casi todos pueden entender: no quería perder plata.
Y esa búsqueda no es individual. Nadie quiere perder plata. En mi país hay cultura y curiosidad de viaje, pero no hay tanto dinero. Entonces supongo que yo, que escribí, y aquel que lee tenemos algo en común: si no va a ir quiere evaluar la posibilidad de hacerlo, o quiere saber qué tal es, o una recomendación o una garantía. O tal vez solo sepa que es tan caro que no va a hacerlo y busca un relato menos estándar de un país remoto. A riesgo de quitarle la magia que se le pone en los círculos literarios, me gusta imaginar que tal vez por eso alguien lea una crónica de viaje y a ese también le hablo.
¿Para qué viajar?
La segunda pregunta escondida se me ocurre que puede ser el para qué viajar. En su texto Viajar, contar, viajar, Leila Guerriero repasa los motivos: “Se viaja para decir yo estuve ahí, yo vi, yo sé, yo fui, yo caminé, yo pisé la calle que pisaron todos”. Y luego agrega: “también los viajes inútiles: los viajes de los que viajan para contar”. De todos modos, aunque inútil es trabajoso, porque no hay cronista que no coincida en que se trata de un ejercicio de observación, de búsqueda y de participación activa con el escenario que se presenta.
Yo no viajé para escribir Parece sangre en el paño blanco impecable, pero arriesgo que el oficio opera en segundo plano casi todo el tiempo para visitar, perderme, escuchar y pensar un mapa propio de gestos, calles y significados. El relato comienza en Kyoto, la antigua capital de Japón, donde las geishas aparecen más como reflejo femenino que como curiosidad oriental. Luego, en Osaka la comida y los maid café llevan a la narradora a un recorrido de puro estímulo para más adelante hundirse en la vibración de una ciudad reconstruida del horror: Hiroshima. En los alpes japoneses, el paisaje rural promete una calma que pronto se altera y se convierte en peligro.
“Japón sirve para conocernos en conjunto: es como aterrizar en otro planeta"
Aún así, viajar para contarlo resulta menos inalcanzable que el viaje de “autoconocimiento” al que muchos se embarcan, y que a menudo no se adapta a los incordios de la burocracia de los aeropuertos, ni a la realidad del espacio visitado. La gente vive ahí. Y vive su vida normalmente, como todos los días, estemos o no ahí para observarla. Japón no sirve para conocerse a uno mismo, sirve para conocernos en conjunto. Aterrizar en otro planeta –esa es la sensación que tuve al llegar– solo es interesante cuando sucede lo que acá no sucedería, cuando alguien hace algo que nosotros no haríamos, cuando se tienen consideraciones opuestas sobre el mismo asunto. No existe yo sin nosotros, y es por eso que contar Japón no es solo una anécdota, sino también un ejercicio de registro de lo propio por la diferencia.
Exploradas las preguntas sobre cómo se viaja y para qué se viaja –con más ventanas abiertas que conclusiones–, la tercera puede ser qué pasa cuando se viaja y voy a agregarle un bonus caprichoso sobre la soledad. Ir de a una es caminar por el borde del autocuidado y la aventura, eso no es nuevo. Pero lo interesante es el trabajo con la memoria. Entre varios destinos que visité sola, uno lo hice con Franco, quien fue mi pareja unos años y hoy es mi amigo. Gracias a esa relación que mantenemos, todavía nos intercambiamos recuerdos que muy a menudo para mí son sorprendentes: me olvidé de muchas cosas. Y eso, automáticamente, me hace pensar en cuánta información sobre mis viajes en soledad quedan perdidos para nunca volver o para aparecer con un estímulo en apariencia insignificante –tomé un helado de pistacho con demasiado colorante verde en Buenos Aires y me acordé de que había tomado uno de matcha en Japón–.
Las escenas registradas con texto o video y la investigación posterior no fueron más importantes que la memoria no-memoria de una cronista que viajó sola. ¿Qué pasa cuando se viaja sola, entonces? Una se olvida de cosas. Y gracias a ese olvido, revive sensaciones. No puedo pensar en Hiroshima sin mencionar lo difícil que se me hizo sostener mi estado anímico en medio de mi menstruación; no puedo pensar en Osaka sin sentir el deseo de comer y comer por la misma razón. Pasan cosas increíbles afuera del cuerpo, pasan otras tantas adentro y, de eso específicamente se trata el libro que presento en Yuna Libros el sábado 10 de mayo a las 17:00 en La Plata en diálogo con las escritoras Celina Vadurro y Camila Spoturno Ghermandi. Además, compartirá su danza Marcela Fukunaga, bailarina y profesora de danzas clásicas y contemporáneas, con entrada libre y gratuita.
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