Durante los 16 días que estuvo en la Argentina se alojó en tres hoteles; los testigos lo recordaron como reservado; su hermana afirmó que tenía un pasado criminal y que el viaje a Buenos Aires lo había decidido para ahorrar dinero y empezar una nueva vida
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Las pocas personas que tuvieron contacto con Nanami Adam Kataoka lo definieron como reservado. Recordaron que le gustaba beber cerveza y que fumaba bastante. Canadiense, llegó a la Argentina el 12 de octubre de 2009. El avión de Air Canadá en el que viajó desde su tierra natal aterrizó en el aeropuerto internacional de Ezeiza a las 14. Dieciséis días después fue asesinado de dos balazos en la Costanera norte. Su cuerpo fue hallado cerca del estacionamiento del clásico restaurante Los Platitos.
Pasaron 12 años, y a pesar de los esfuerzos de los investigadores, su homicidio aún no pudo ser resulto. El móvil y los autores intelectuales y materiales del crimen son un misterio. Tampoco se pudo determinar el motivo de su viaje. No hay dudas de que no fue por turismo: sus antecedentes criminales en Canadá sembraron la sospecha de que detrás del homicidio pudo anidar una motivación vinculada con el narcotráfico o con el crimen organizado.
La tarde anterior a ser asesinado, Kataoka, de 34 años, pagó cuatro días más de estadía en el hotel Paname, en Palermo, donde se alojaba desde el 19 de octubre. A las 18.30, según recordó en su declaración testimonial el por entonces conserje, Omar Viollaz, pidió que le alquilaran un auto por 48 horas. Pero a las 21 canceló la reserva después de explicar que lo pasaría a buscar un amigo. Cerca de la medianoche, el huésped salió del alojamiento de la calle Godoy Cruz al 2700 sin dejar en la conserjería la llave de la habitación 51. Nunca más volvió.
El homicidio de Kataoka habría ocurrido entre las 2 y las 2.20 del 28 de octubre de 2009. Así surge de la declaración de Marcelo Pereyra, la única persona que escuchó los disparos. El testigo, que trabajaba como “custodio” de un camión” de gran porte que utilizaba para hacer campaña Antonio Caselli, por entonces candidato a presidente de River, fue quien avisó a la policía de las detonaciones que había oído cerca del estacionamiento del restaurante Los Platitos, donde él estaba.
Pereyra recordó que mientras estaba en la galería del restaurante, entre las 2 y las 2.20, escuchó tres “explosiones o disparos que procedían de la zona oscura”. Aseguró no haber visto ni personas ni vehículos, y tampoco haber escuchado voces. Poco después pasó un patrullero y avisó lo que había sucedido.
El policía alertado por Pereyra fue el oficial Fernando Grela, que prestaba servicio en lo que en ese momento era la comisaría 51ª de la Policía Federal Argentina. El uniformado manejaba el móvil 151 cuando fue llamado por el testigo.
Grela y Pereyra se acercaron hasta la “zona oscura” situada a 100 metros del estacionamiento de Los Platitos. “Al aproximarse con el móvil policial, junto al testigo, [Grela] notó que se hallaba tendida sobre el suelo una persona del sexo masculino, en posición decúbito ventral, sobre la acera, aparentemente sin vida, con abundante sangre alrededor del cuerpo, el cual vestía una remera gris, pantalón de jeans azul, zapatillas blancas Nike, par de medias blancas, y en ambas manos, guantes de látex blancos descartables, con heridas visibles en su cráneo, de arma de fuego”, según el expediente judicial al que tuvo acceso LA NACION.
La investigación, tras el hallazgo del cadáver, quedó a cargo del fiscal José María Campagnoli y su equipo de investigadores, quienes comenzaron a reconstruir las últimas horas de la víctima.
Cerca de la cabeza de Kataoka, que medía 1,73 metros y pesaba 80 kilos, fueron halladas tres vainas servidas calibre .40 y otra calibre .22, y cerca de los pies de la víctima fueron encontrados dos cartuchos de bala calibre .22 y una vaina servida del mismo calibre.
Entre las pertenencias de la víctima fueron halladas la llave de la habitación 51 del sexto piso del hotel Paname, un encendedor de plástico, un paquete de cigarrillos y un teléfono celular Blackberry.
Campagnoli y Romina del Buono —que en ese momento cumplía la función de secretaría penal de la fiscalía descentralizada de Núñez-Saavedra— tomaron medidas urgentes para intentar esclarecer el homicidio. Pidieron al Juzgado en lo Criminal y Correccional porteño N°34, que intervino en el caso, la inspección en la habitación 51 del hotel Paname para poder secuestrar toda la documentación de la víctima.
La autopsia determinó que Kataoka había sido asesinado de dos balazos en el cráneo y en la zona abdominal.
El primer lugar en el que estuvo alojado este canadiense hijo de padres japoneses fue el Hotel Babel, de Balcarce al 900, San Telmo. Allí se alojó cuatro días, hasta el 16 de octubre de 2009. Luego, durante tres días, se hospedó en el hotel Rivera Sur, de Paseo Colón al 1100.
“Los tres días que estuvo en el Rivera Sur no salió de la habitación. Cuando se le acababan los cigarrillos le pedía al conserje que le comprara”, recordó en su momento a LA NACION un investigador. Kataoka era un gran consumidor de Marlboro Lights.
Un día después del homicidio, según consta en el expediente, la Embajada de Canadá en Buenos Aires le solicitó al fiscal Campagnoli la entrega de los efectos personales de Kataoka.
En la habitación del hotel Paname donde se alojó la víctima, los investigadores habían secuestrado otro teléfono celular, una computadora, un álbum de fotografías y una valija con seis calzoncillos, 18 remeras, dos sacos de vestir, tres camperas y calzado.
Los funcionarios de la fiscalía se comunicaron con autoridades diplomáticas de Canadá para reconstruir el pasado de la víctima. “Necesitamos averiguar todo lo que podamos sobre este hombre de manera urgente”, explicaron en el pedido oficial.
Dos días después del homicidio, en una primera comunicación, le informaron a la fiscalía de Campagnoli que Kataoka no tenía antecedentes penales en Canadá.
Pero poco después la situación cambió y se confirmó que había sido investigado en su país natal. Y el pasado criminal de la víctima quedó claro cuando personal de la Oficina Real de la Policía Montada de Canadá visitó la casa de la madre y la hermana del joven asesinado en la Argentina, Yoshiko y Miho Kataoka.
La hermana de la víctima aseguró que en 2007 Kataoka se había mudado a Filipinas porque era buscado por autoridades policiales de los Estados Unidos. En Manila habría tenido un brote psicótico y estuvo internado una semana.
En agosto de 2009, dos meses antes de viajar a la Argentina, Kataoka volvió a Canadá y vivió con su madre y su hermana durante 30 días. Les aseguró que no quería volver a delinquir.
“En septiembre de 2009, Nanami le dijo a su hermana que necesitaba ahorrar dinero para empezar una nueva vida y que estaba por viajar a la Argentina”, según consta en el expediente judicial.
Miho Kataoka estaba convencida de que el dinero que quería ahorrar su hermano lo iba a obtener de “actividades criminales”.
La Oficina Real de la Policía Montada de Canadá les comunicó a las autoridades judiciales argentinas que había información de que Kataoka había sido “un traficante de alto nivel en Vancouver”. Fue sospechoso en un caso de secuestro e integrante de la banda criminal United Nation, conocida por su violencia y vinculación negocios de estupefacientes y homicidios.
Campagnoli y su equipo de colaboradores, con la tecnología que había en 2009, intentaron acceder a la información que había en los teléfonos celulares y en la computadora de la víctima, pero, a pesar de los intentos, no pudieron obtener datos de importancia.
El 12 de noviembre de 2009, cuando se había cumplido un mes de la llegada de Kataoka a la Argentina, en la fiscalía de Campagnoli se recibió una comunicación diplomática. “Nos dirigimos a ustedes en nombre de la madre y la hermana del señor Kataoka, quienes han solicitado la cremación y repatriación de los restos del ciudadano canadiense fallecido. Con relación a los efectos personales, la familia solicitó que la totalidad de los efectos personales (que incluyen algunos electrónicos) sean entregados a esta Embajada para su remisión a Canadá junto con las cenizas”, según pudo reconstruir LA NACION.
Doce años después, el misterio continúa.
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