BASILEA.– El otoño convierte los rincones de esta porción suiza en una paleta de acuarelas. Lejos de opacar la fotografía, la llovizna –frecuente en esta época del año– resalta los matices de las calles en el casco histórico, las luces de los semáforos y el envase metálico de los tranvías, que serpentean la ciudad maniobrados como marionetas desde cables de electricidad. El ocre de las hojas se derrama sobre el césped verde furioso de los numerosos parques y la correntada del río Rin actúa, a la distancia, como una sinfonía. Región fronteriza con Francia y Alemania, Basilea es rica culturalmente y ostenta mucha vida: museos, ferias de gastronomía, un equipo de fútbol con más de 125 años, una destacada industria química y farmacéutica; sin embargo, su ritmo no es frenético. Al contrario. La corrección y la amabilidad, la ausencia de bocinazos y el respeto por el ciclista y el peatón se fusionan sincronizados.
En esas mismas calles del noroeste suizo crecieron matemáticos e intelectuales, químicos y arquitectos, cineastas y banqueros. Y también Roger Federer, probablemente, el mayor artista de la historia del tenis. Un deportista que se convirtió en leyenda a partir de su capacidad corporal para someter a sus rivales, de sus elegantes desplazamientos y sentido de la anticipación, de su quirúrgica certeza para impactar la pelota, de su habilidad mental. Y de su amor por lo que hace, claro, algo que explica en buena medida su vigencia (en agosto último cumplió 38 años y es el número 3 del mundo). Fue en Münchenstein, una comuna de aproximadamente once mil habitantes del cantón de Basilea-Campiña, donde transcurrió buena parte de la infancia del máximo ganador de trofeos de Grand Slam (con 20). Discretos y ajenos al alboroto, sus habitantes se mantienen al margen del endiosamiento que provoca el tenista que deslumbró en lo más alto del ranking durante 310 semanas, una cifra récord: no hay calles con su nombre ni gigantografías. Pero sí mucho orgullo. Fue en esos rincones armoniosos y de casas bajas con jardines cuidados donde el hijo de Robert Federer (nativo de Berneck, Suiza) y Lynette Durand (nacida en Johannesburgo), empezó a construir su personalidad. Irritable, hiperactivo e indisciplinado era aquel Roger de la primera juventud, muy distinto del que más tarde dominaría el mundo con una raqueta en la mano. La distinguida creatividad es, quizás, el hilo conductor entre uno y otro.
Es sábado por la mañana y llueve. La temperatura no supera los 13 grados. El taxi avanza, zigzagueante y en modo cadencioso, en busca del número 73 de Bettenstrasse, en el aletargado barrio de Allschwil. Allí se encumbra el centro deportivo Paradies, propiedad de Roger Brennwald, el fundador y director ejecutivo del Swiss Indoors, prestigioso torneo local de categoría ATP 500 creado en 1975, donde fueron campeones, entre otros, Guillermo Vilas, Björn Borg y Pete Sampras. Con cinco canchas de tenis techadas y de superficie dura, el complejo suele utilizarse como sitio de entrenamientos para el certamen, ya que este se disputa en el St. Jakobshalle, un estadio multiuso en el que también se hacen conciertos y solo tiene capacidad para las dos pistas de competencia. Hay, apenas, diez minutos de distancia en automóvil entre un sitio y el otro; los trayectos, en la ciudad, suelen ser cortos. Al descender del auto, lo primero que se observa es a un puñado de personas amontonadas contra un ventanal, atentas a lo que sucede del otro lado, pero sin histeria. Claro, del otro lado está Federer, acompañado por Severin Luthi (uno de sus entrenadores), golpeando y moviéndose como un prodigio del ballet. En poco más de una semana, el campeón de 103 títulos ATP (se encuentra a solo seis trofeos del récord de Jimmy Connors) regresará a la Argentina siete años después de su primera visita. Lo hará para jugar una exhibición frente al alemán Alexander Zverev (reemplaza a Juan Martín del Potro, que no está en óptimas condiciones físicas tras la cirugía de rótula derecha, en junio), en el sur de la Ciudad de Buenos Aires (el miércoles 20 de este mes, en Parque Roca, organizada por Fénix Entertainment Group) y tiene una promesa con LA NACION REVISTA: charlar luego del ensayo. Todo un privilegio.
"Bienvenido. Adelante, por favor. Puedes ver los últimos 30 minutos de su práctica y esperarlo para la entrevista. ¿Qué deseas tomar?", es el amable recibimiento en la puerta del Sportcenter Paradies, seguido de la invitación para ubicarse en un salón, sutilmente iluminado y con ventanales, contiguo a los courts de color celeste y gris plomo (en el primero, a escasísimos metros, está Federer, moviéndose en puntas de pie). En el mismo complejo funcionan una cancha de squash y un gimnasio. Y hasta hay un restaurante, Le Paradis, que ofrece cocina francesa. El ambiente es refinado y sobrio; el estilo Art Nouveau aparece en las lámparas, en los muebles de madera y en los vidrios biselados. Hay figuras de Adán y Eva queriendo golpear una manzana con raquetas y ejemplares del Basler Zeitung, uno de los periódicos de la región, repartidos por las mesas. Hay fuentes con chocolates y frutas disponibles para aquellos que están de paso por allí. El lugar invita a ponerse cómodo. Federer ensaya sus últimos golpes y, cuando el reloj marca las 11.35, la práctica culmina. Guarda la raqueta en el bolso, se cubre el cuello con una toalla blanca y deja la cancha, rumbo al vestuario. Al cabo de unos minutos, tras un baño, reaparece. Se acerca a la mesa, saluda, se sienta y comenta: "Bienvenido a Suiza. Gracias por venir. ¿Qué tal el vuelo?".
Federer, su mujer Mirka Vavrinec y sus cuatro hijos (dos pares de mellizos, Charlene Riva y Myla Rose, de 10 años, Leo y Lenny, de 5) suelen pasar varias semanas al año en Dubai, una tierra de clima más amigable. Cuando se encuentran en Suiza, un país con 8,5 millones de habitantes, residen en Valbella, en el cantón de los Grisones, una zona alpina a 230 kilómetros de Basilea. Por ello, cada vez que regresa a su primer hogar (con seguridad, en cada final de octubre, cuando se juega el torneo que ya ganó diez veces), para Federer es como un viaje en el tiempo. "He estado acá en este mismo lugar con Peter Carter, mi formador, y con Marco Chiudinelli [un ex tenista helvético, 52º en 2010], cuando teníamos 8, 10, 12 años tal vez. Solía entrenarme acá; también lo hacía en el Tennis Club Old Boys, a tres minutos de acá, cuando era joven. Así que sí, definitivamente es nostálgico para mí cuando estoy en esta ciudad. Mis padres viven aquí, a unos minutos. Mi hermana, Diana [20 meses más grande que Roger], vivía acá también. Ya no conservo amigos del colegio, porque me fui muy joven, a los 14 años. Pero sí guardo otros amigos, que suelen venir a ver mis prácticas y con los que organizamos cenas. Disfruto de volver a casa. Me gusta andar en bicicleta en el verano o en tren en el invierno. Es como un volver en el tiempo", narra Federer, con sencillez, teniendo siempre presente a Carter. Extenista australiano nacido en 1964, conoció a Roger cuando este tenía 9 años; componedor y perspicaz, entrenó a equipos de juveniles suizos, logró domar los demonios del Federer incontrolable y lo potenció, incluso, hasta cuando Roger se marchó de Basilea para perfeccionarse en el centro nacional de Ecublens. Carter falleció en 2002, en un accidente automovilístico durante un safari en Sudáfrica, provocando una profunda herida en Roger.
Federer apareció por primera vez en el ranking ATP el 22 de septiembre de 1997, en el número 803º. A partir de allí, su carrera tuvo momentos muy simbólicos con argentinos como protagonistas. David Nalbandian fue una piedra en el zapato de Roger, porque no solo lo venció en la final del US Open junior de 1998, sino también en 8 de las 19 veces que se midieron en el ATP Tour (incluida la final de la Copa de Maestros 2005, en Shanghai). El suizo, desde el primer momento, siempre advirtió un peligro en Del Potro: si bien el historial lo beneficia 18-7, el tandilense le ganó las definiciones de Flushing Meadows 2009, Basilea 2012 y 2013, e Indian Wells 2018. Fue una derrota ante Franco Squillari, en la primera ronda de Hamburgo 2001, que a Federer le sirvió, luego de explotar de ira y hacer añicos la raqueta, para aprender que debía modificar su actitud dentro de la cancha. Guillermo Cañas, en Indian Wells 2007, le cortó un invicto de 41 partidos. Más aun, el primer desafío del gran Roger en el circuito mayor fue frente a un argentino: Lucas Arnold Ker, el 7 de julio de 1998, en la rueda inicial de Gstaad. El triunfo del hombre de Olivos, que había entrado como lucky loser en reemplazo del alemán Tommy Haas, fue por 6-4 y 6-4 contra un Federer de apenas 16 años, que había recibido una invitación luego de obtener el título junior en Wimbledon hacía pocos días.
"Me acuerdo perfectamente del partido. Estaba decepcionado porque tenía que jugar con Tommy Haas, pero se enfermó de la panza y, en lugar de ponerme en la cancha central, me programaron en la cancha 1. Igual, estaba llena de gente y fue todo una locura, porque yo había ganado Wimbledon junior. Me acuerdo de Lucas, que era de la generación de los jugadores que hacían saque y volea, sacaba con efecto a mi revés y yo venía de Wimbledon, con otra altura del pique de la pelota y me complicó. Él era más veterano, yo jugué bien por lo que recuerdo, perdí 6-4 y 6-4, pero fue una gran experiencia haber tenido la atención de los medios jugando frente a mucha gente, acostumbrándome a esa clase de presión", recapitula Federer. Además, por razones tenísticas y afectivas, Roger tiene en su órbita de admiración a una mujer argentina: Gabriela Sabatini. Cuando visitó Tigre, en 2012, para jugar dos exhibiciones con Del Potro, una noche rompió el protocolo para cenar con Gaby y amigos. "Fui a su casa. Me acuerdo de que la pasamos muy bien. Ella es muy cercana a Mary Joe Fernández, que es la esposa de mi agente [Tony Godsick]. Solo escuché lo mejor de Gaby y cada vez que la veo es muy agradable, muy dulce, así que espero verla pronto". También se encontraron en Suiza, donde la mejor jugadora de tenis de la historia argentina vive durante algunos meses del año.
–Hay bandas musicales extranjeras que afirman, luego de actuar en la Argentina, que les quedan zumbando los gritos del público y el ‘¡Olé, olé, olé..!’. ¿Qué tan intensa fue tu experiencia y que esperás ahora?
–Fue muy intensa mi experiencia. Recuerdo que en el primer partido hubo un problema con el estadio, en las gradas, se retrasó todo como por una hora y las 20.000 personas estuvieron esperando un tiempo extra y, cuando salí, sentí la atmósfera como nunca lo había visto en ningún lado; era increíble. Me recordaron un poquito a los fans de fútbol. Por supuesto que jugué muchas veces contra tenistas de Argentina y tenés siempre fans argentinos que empiezan a cantar canciones de fútbol durante un partido de tenis y eso genera un gran ambiente. Pero cuando estuve en Tigre, en Buenos Aires, definitivamente fue un viaje especial salir a la cancha, el clima, la gente, estaba llena la cancha, fue muy especial. ¿Qué espero ahora? Si es lo mismo, voy a estar increíblemente feliz. Me dicen que será aún mejor. Sería un sueño para mí. Pienso que los fans de Argentina nunca me van a decepcionar. Son pasionales.
Grandes puntos de Federer
Paul Dorochenko, fisioterapeuta argelino nacionalizado francés, fue preparador físico de Federer cuando el suizo tenía 17 años. Siempre ponderó la "técnica académica", la coordinación y la velocidad de Roger, pero también censuró su otra faceta adolescente: "Era un chico difícil, hiperactivo desde la mañana hasta el final del día. No paraba de hacerse el tonto, de revolear raquetas, gritaba y cantaba como loco mientras se duchaba. Lo castigaban seguido", le contó a LA NACION, hace unos años. Ese mal comportamiento siempre fue una inquietud para Robert y Lynette. "No le reprochábamos que perdiera, pero pobre de él si no se empleaba a fondo o se portaba mal. Siempre ha sido un poco salvaje, pero sabía muy bien que si se metía en un lío tendría que apañárselas solo", expresó Lynette, según el libro El código Federer, escrito por el periodista italiano Stefano Semeraro. Sucedió una vez, en el centro de entrenamiento de Biel, cuando causó desperfectos en un toldo al arrojar la raqueta y, como sanción, debió limpiar los baños todos los días a la mañana durante una semana.
Pero más allá de su carácter irascible, Roger siempre entendió que la honradez y el respeto no se negociaban. Así lo asumió y lo amplificó hasta hoy. Más allá de algún enojo aislado, la cortesía y la educación van por sus venas. Con más de dos décadas en el tour, no se le conocen escándalos ni manchas por doping o arreglos de partidos. En 2011, un estudio realizado entre más de 50.000 personas de 25 países determinó que solo Nelson Mandela (Nobel de la Paz en 1993) tenía mejor reputación que Federer. A través de su fundación, el tenista intenta mejorar el acceso escolar y deportivo de los niños en África.
"¿Qué heredé de mis padres? Mmm, creo que la honestidad. Mis padres son muy honestos, siempre quisieron que yo fuera así y para mí siempre fue la única manera de ser con ellos, siempre diciéndoles si había algo malo, si tenía un problema en la escuela o en el tenis. Los problemas no los escondía. Eso viene de ellos. También, un espíritu feliz: siento que mis padres son muy relajados y son de invitar a mucha gente, no tenés que llamarlos para ir a su casa, ellos te van a abrir la puerta, te van a invitar un trago, a tomar un café, a prender la parrilla, cualquier cosa, como si fueran los años 70 u 80. Así era antes. Ellos son muy flexibles. Si les dijera: ‘¿Pueden venir a Australia mañana, que necesito la ayuda de ustedes con mis hijos?’, saltarían a un avión en un segundo. Y yo siento que soy igual. Tengo mucha suerte en haber tenido muy buenos padres", describe Roger, sin sacarse las respuestas de encima y mirando a los ojos. Viste remera negra y un chaleco liviano verde oscuro, dejando ver sus brazos fibrosos y flacos sobre la mesa. En la muñeca izquierda, luce un reloj de la marca que lo auspicia. Está afeitado y su prolijo peinado deja entrever unas incipientes entradas capilares. Sonríe y, al hablar, muchas veces mueve las manos. Es una estrella que, al margen de los beneficios de los que goza, no vive en una burbuja. Viaja en avión privado, pero tiene los pies sobre la tierra; camina por Suiza sin seguridad personal y dista de ser un hombre de carácter frío.
–¿Qué es lo que más te incomoda o ruboriza de los elogios que recibís?
–Oh…, creo que recibo muchas palabras superlativas, muchas exageraciones. A veces es demasiado, se olvidan de que solo somos jugadores de tenis y te hacen quedar como si fueras un dios y en este país, en Suiza, no vamos realmente en esa dirección, no somos tan exagerados. Cuando alguien es así, excesivo, te hacen poner los pies en la tierra. Con grandes cumplidos también vienen las críticas, pero honestamente, si miro en los últimos 20 años del tour o más, en mi relación con la prensa siempre ha habido artículos que no entiendo, pero está bien. Todavía me siento motivado para hablar con los periodistas y tratar de darles una buena historia para que los lectores tengan algo para disfrutar.
–¿Qué circunstancias de la vida cotidiana te hacen sentir frágil?
–(Piensa) Creo que principalmente con mi familia. Puedo estar teniendo un buen día o una buena práctica, y de repente me llaman y tal vez uno de mis hijos no está bien o cualquier otra razón, está enfermo, no está feliz o algo pasa con ellos que me bajonea. O me llama mi esposa y hay un problema con cualquier cosa, algo de la organización, y me puede cambiar el humor y bajonear. Pero después de eso creo que soy una persona muy feliz. Le puedes preguntar a la gente que está alrededor mío, siempre estoy de buen humor. Es raro que me veas bajoneado, aun si alguna vez algo no está yendo bien. Creo que la gente no es consciente del trabajo que lleva tener mellizos y yo tengo dos pares (sonríe).
–¿Todavía sentís miedo dentro de una cancha?
–Sí, por supuesto, siempre me siento un poco nervioso. No puedo explicarlo: puedo estar nervioso por una primera ronda acá en Basilea más que en las finales, porque tal vez no estoy encontrando mi juego o no sé cómo va a estar la gente o me da miedo lo desconocido. Sí, a veces me da miedo, porque además siempre la tensión sobre mí es muy grande, es como que no tengo permitido perder, todo el mundo quiere que yo gane. Pero al final del día, lo manejo bien, creo. Y también, si me pongo nervioso, no es negativo, porque siento que demuestro que me importa, que me late el corazón, que estoy vivo, que quiero ganar y puede, tal vez, llevarme a una mejor performance. Porque si me lo tomo livianamente y digo: ‘Ah, hoy tengo partido’, ‘Ah, hoy estoy en cuartos de final’, ‘Ah, estoy en Wimbledon, no pasa nada’, sin emoción…, voy y pierdo. En ese caso sentiría: ‘¿No debería haber estado más nervioso?’. Pero bueno, estoy feliz de que no siempre estoy nervioso. Ahora que estoy grande, es bueno no estar tenso siempre porque me permite estar más descansado.
–Hace cuatro meses, en la final de Wimbledon frente a Novak Djokovic, tuviste dos match points con tu saque y, sin embargo, perdiste el partido. ¿Qué se te pasa por la cabeza en el momento previo al servicio?
–Visualicé el punto y cómo se podría llegar a jugar, dónde habían sido los últimos puntos jugados, qué me llevó a tener ese score en ese momento, tal vez si servía al revés o al drive, si debería mezclarlo, si deberías jugar al lugar más agresivo o al lugar más seguro. Después tenés que tomar una decisión, te parás ahí y bang, bang, bang…, y esperás que funcione y también que el otro juegue mal o que vos juegues bien. Entonces, volvés a ese momento. Tenés un millón de pensamientos en tu cabeza, todo pasa por tu mente, qué vas a decir si perdés, qué vas a decir si ganás. Me haría tan feliz mirar a mi box, ver cómo está mi familia, si ellos están bien, si parecen nerviosos, relajados. Hay un poquito de cada cosa. Pero al final estoy muy enfocado en dónde voy a pegarle a mi saque. Y en el segundo saque solo traté de que entrara, de meter la pelota.
–¿Qué sentís al entrar en el Centre Court de Wimbledon, sitio mágico donde ganaste ocho títulos?
–Creo que es un lugar muy pacífico. Con el pasto, no escuchás el ruido al ir corriendo, ni el pique de la pelota, todo es muy suave. Siento el aplauso, todo es muy educado, acorde con cómo tiene que ser, y sentís que la historia del tenis está ahí presente, en los corredores del estadio, en la cancha, en todos lados. Siento que es un lugar mágico para jugar.
–Generalmente, en la cancha, te mostrás alegre y creativo, parecés un niño jugando en su club. ¿Es una de las claves de tu vigencia?
–Ajam…, sí, creo que eso ayuda a mi longevidad, porque si sintiera que el tenis es un trabajo y no lo que en realidad siempre fue para mí, un hobby, todavía hoy, sería malo. Pienso que es mucho más fácil pensarlo así. Sé que es un juego y pienso que por eso me pude mantener muy motivado: porque lo disfruto. Y sería muy importante jugar al tenis cuando esté retirado, porque ahí no voy a ir a una cancha para mejorar, no importa si me vuelvo mejor o peor, si mi drive es horrible o bueno. Ahora todo importa, pero después ya no va a importar, pero todavía lo voy a disfrutar y será un verdadero test. Disfruto mejorar, y uno de mis grandes talentos es aprender rápido, pero un día ya no va a ser importante.
–Dorochenko, uno de los profesionales que primero trabajó con tu cuerpo, visitó Argentina en 2011 y sentenció que jugarías en el alto nivel hasta los 40 años. Está cerca de cumplir el pronóstico...
–Bueno, no tengo 40 años todavía, pero no estoy lejos, es verdad.
–¿Qué se siente tener más de 38 años y seguir compitiendo en un nivel tan alto?
–No parece real. Sí es verdad que mi sueño y mi esperanza de jugar durante muchos años después de haberme vuelto el número 1 del mundo, en 2004, estaba. Hablé con Pierre Paganini, mi preparador físico, quien todavía está conmigo, y le decía: ‘Me encantaría poder jugar contra diferentes generaciones. Vamos a hacer una rutina que me permita lograr eso’. Empezamos a programarlo y aquí estamos, quince años después: todavía estoy en el tope con los mejores y me hace muy feliz. Era una meta. Pero, honestamente, si me lo decías en ese momento, no pensaba que iba a estar jugando a los 34, 35 años. Logré entrar en un territorio raro, en el que no muchos lo han hecho. Uno mismo se pregunta cómo llegó, porque los que lo hicieron no lo lograron al nivel que está uno o fue hace cuarenta años, como Ken Rosewall o Jimmy Connors.
–¿En qué otra cosa te gustaría ser número 1?
–(Piensa) Puf…, no lo sé, en ser buen padre, buen esposo.
La entrevista transcurre en inglés. Pero bien podría haber sido en suizo-alemán, francés y hasta italiano, idiomas que Roger domina. No así en español. Federer conoce pocas palabras en la lengua nativa de quien se erigió como su mayor rival, de quien lo llevara a los límites y lo convirtiera en mejor jugador: el español Rafael Nadal (lidera 24-16 el historial entre ambos). Federer se desploma hablando sobre Mirka, su esposa desde 2009. "Ella es increíble, no sé por dónde empezar", dice. Nacida en Eslovaquia en abril de 1978, tenía 2 años cuando su familia se mudó a Kreuzlingen, Suiza. A los 9, su papá la llevó a ver un torneo de tenis en Filderstadt, donde conoció a Martina Navratilova, también exiliada checoslovaca. Martina le regaló una raqueta y la animó a jugar al tenis. Eso hizo Mirka, quien alcanzó el puesto 76º de la WTA en 2001. Fue el tenis lo que la llevó a conocer a Roger, su pareja: el flechazo fue durante los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. La historia dice que Federer la besó el último día de la competencia, luego de haberla cortejado durante toda la semana. Al tiempo, una lesión en el tendón de Aquiles interrumpió la carrera de Mirka, pero la relación sentimental con Roger se fue consolidando, hasta convertirse en inseparables y en la madre de sus hijos. Además, claro, de ser una pieza fundamental, según cuentan, en el armado de la agenda del helvético.
–El día que tu esposa diga: ‘Basta de viajar’, ¿listo, punto final para tu carrera?
–Si hablo de tenis, ella [Mirka] tuvo un profundo impacto en mi carácter, quizá no en mi juego, pero sí en mí como profesional porque fue tenista profesional antes que yo, tenía más experiencia cuando yo llegué al tour, sabía lo que era el trabajo duro, yo estaba aprendiendo lo que era. Entonces, ella me hizo crecer y madurar en los primeros años. Después, creo que el apoyo que recibí de ella, siempre fue amor incondicional, siempre estuvo ahí para ayudarme, me hizo la vida más fácil, sin importar que yo ganara o perdiera siempre la voy a tener en mi esquina y me da gran estabilidad. Como tenista, siempre es bueno tenerla, porque algunos jugadores tienen una novia un año y después la cambian, salen, tienen una vida de ir a los boliches. Cualquier cosa a la que esa vida te puede llevar puede ser divertida, pero también puede distraerte mucho. Mi vida está perfecta así como es. Siempre me encantó tener la misma novia, la misma esposa, con la organización de la familia y siempre quise protegerla de la prensa, entonces hace como 12 o 15 años que no hace una entrevista, por lo que la gente no sabe todo lo que ha hecho, una increíble cantidad de trabajo en el detrás de escena para mis padres, para mi vida, para Tony [Godsick], para los chicos. Es una gran trabajadora. Es genial. Así que espero que nunca cambie. Yo siempre estuve ahí para ella, ella siempre estuvo ahí para mí. Y si dijera: ‘¿Podemos bajar un poco el ritmo?’, yo le diría: ‘Bueno, pero vayámoslo haciendo lento, de a poco’. Por el momento tenemos buenas conversaciones, está contenta con las giras. Pero por supuesto que, por los chicos, siempre tenemos que armar la mejor agenda posible, anticiparnos en todo y organizarnos.
–Muhammad Alí, Michael Jordan y Roger Federer son, para la mayoría, los tres mejores deportistas de la historia. Además del éxito, ¿qué tienen en común?
–No conocí a Muhammad Alí, pero estoy seguro de que hay un factor de confianza que tenés que tener para lograr éxito en la cima. Confianza, perseverancia... También todos perdimos muchos partidos. Jordan perdió muchos partidos. Ali perdió grandes peleas también, seguro. Y te volvés a parar, volvés a ponerte de pie, volvés a pelear por más, como hice después de la última final de Wimbledon. Lo podés ver como algo trágico o como que fue un tenis espectacular. Entonces, cómo te movés de ahí, cómo salís adelante de ahí, eso es lo que muestra la señal de un campeón. Pienso que soy bueno en esto también, no sé si tan bueno como Jordan o como Alí, son diferentes deportes y difícil de comparar, pero creo que en la cima tenés que tener algo especial. Algo que no sé, algún secreto que tal vez ni nosotros sabemos cómo lo manejamos.
–¿Te genera melancolía saber que el final está cada vez más cerca?
–Realmente trato de no pensar en el final de mi carrera, porque cuanto más pienso, más cerca me sentiría de ese momento. Me gustaría estar en el medio de mi carrera o que haya pasado más lento, pero no puedo cambiarlo. Mucha gente me pregunta cuándo será el final y, realmente, no lo sé. Sigo disfrutando.
- La exhibición de Roger Federer con Alex Zverev será este miércoles, 20 de noviembre, en Parque Roca. Para conseguir las últimas entradas, consultar en www.topshow.com.ar
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